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domingo, 27 de noviembre de 2011

¿Quiénes fueron los estoicos?

Hoy en día, una persona estoica es la que aguanta marranada tras marranada de la vida sin emitir queja. Pero en su origen, allá en la antigua Grecia, los estoicos eran una escuela filosófica con un conjunto de doctrinas bastante más elaborada que "aguántate macho". Hacia el año 300 antes de Cristo, la situación política y social del mundo griego era desesperada: las antiguas libertades cívicas habían desaparecido en manos de golosos monarquías orientalizantes regidas por los generales del fallecido Alejandro Magno, y la vida era mucho más insegura e insatisfactoria para todos. En este ambiente un descendiente intelectual de los cínicos, Zenón de Citio, comenzó a predicar su propia doctrina.

En apretadísimo resumen, Zenón tendió a rechazar el idealismo platónico, en pos de una lógica más realista, incluso nominalista a ratos. El pensamiento no es corporal, y por lo tanto no puede ser real, según los estoicos (golpe contra Platón). Lo que importa son las relaciones entre los conceptos y las cosas. Pero si dichas relaciones son necesarias, entonces eso de alguna manera esas relaciones construyen el universo (estoy resumiendo mucho, y además no estoy de acuerdo, no maten al mensajero por favor). En definitiva, el universo se identifica con la palabra ("λόγος", "logos") que lo describe, y por lo tanto el universo es racional. Al final, todo este baturrillo es para... sorpresa, para justificar que existe una moral racional, la sabiduría, etcétera.

En realidad, todo el sistema lógico-cosmológico tiende a tratar de justificar una especie de "filosofía para la acción". Pero como la acción no podía expresarse "hacia afuera" conquistando algo o abriéndose paso en la vida porque el individuo ya no tenía poder en ese medio social, debía expresarse "hacia adentro", bajo la forma de virtud. Dijimos que para nosotros, un estoico es una persona que aguanta palo sin quejarse. Bueno, esa concepción nuestra deriva de que los estoicos predicaban que el universo es racional, y además está determinado, de manera que no tiene sentido quejarse: te iba a llegar palo de todas maneras, quejándote o no. En verdad, dicen los estoicos, sufres menos si eres indiferente al palo, si te desapegas de tus sentimientos (además de que si aguantas con dignidad, la gente te admirará, pero eso, por inadvertencia o por modestia, los estoicos no parecen haberlo puesto por escrito). Este desapego a las emociones y sentimientos encontrará su propio camino hacia nuestro léxico: lo llamaban "ἀπάθεια" ("apatheia", aunque en el contexto estoico implicaba una posición activa frente al propio yo reprimiendo las emociones, lejos de la connotación pasiva y abúlica de la actual derivación "apatía"). Puede parecer un poco lunático para quien no profese sus ideas, pero es ciertamente laudable que muchos estoicos posteriores hayan sido consecuentes hasta el final, y ante cosas insuperables como la vejez o la persecusión del Emperador loco de turno (como Séneca debió sufrirla de Nerón), hayan optado por el suicidio, que para ellos era una muerte con dignidad.

El estoicismo ha tenido una propaganda extraordinaria posterior gracias al cristianismo. Mucho de la idea de virtud en la teología cristiana, fue tomado de aquí. Pero entre los paganos tuvo un gancho más pedestre: si bastaba con ser virtuoso y sabio, entonces podías conservar todas tus riquezas y aún así ser "buena gente" y sentirte feliz contigo mismo. Hubo estoicos de baja condición social, incluso esclavos como Epicteto, pero la mayoría tendió a ser políticos bien enchufados como Cicerón, especuladores acaudalados como Séneca, e incluso Emperadores romanos como Antonino Pío. Por cierto, el nombre viene de la palabra griega "stoa" ("στοά"), que significa "columna", porque Zenón predicaba al aire libre y al lado de una columna en el Agora, la plaza pública de Atenas, a quien quisiera escucharle. Parece que los estoicos posteriores encontraron maneras más respetables de hacerse oir.

jueves, 24 de noviembre de 2011

¿Quiénes fueron los cínicos?


Por conocidos es que no había querido escribir hasta el minuto en Siglos Curiosos sobre la escuela filosófica de los cínicos, hasta que en ese extraño y ancho mundo que existe en la vida real, más allá de Internet, alguien me preguntó sobre los mismos. Interesantemente, no para una tarea escolar, sino simplemente porque había salido el tema, y la persona tenía la suficiente curiosidad intelectual para confesar ignorancia sobre el punto (todos somos ignorantes en un montón de cosas, pero no faltan los idiotas que se comportan como si ellos fueran la excepción a la norma. Y yo no soy uno de ellos: lo mío se limita a la historia y el cine).

Además, resulta peregrino que no le haya dedicado en Siglos Curiosos un posteo a los cínicos, habida cuenta de que este blog tiene su buen poco de ellos. Así es que, repasemos. Grecia. Siglo IV antes de Cristo. Después de la Guerra del Peloponeso, la sociedad griega como un todo estaba fuertemente dislocada en la política internacional, y también en una estructura social en donde por varias razones se hacían cada vez más agudas las tensiones entre los más ricos y los más pobres. En este ámbito proliferaron como setas las escuelas filosóficas, que trataban de enseñar, o según algunos de venderles, la fórmula de la felicidad a personas que no sabían hacia donde iba la vida en general.

Es en este esquema en donde encajan los cínicos. Ellos tomaron de la escuela inmediatamente anterior de los sofistas la distinción entre la ley natural ("φύσις", "physis", como en la actual "física") y la convención o regla social ("νόμος", "nomos", como en la actual "autonomía"), y desarrollaron la noción de que si el hombre viviendo en sociedad era infeliz (ya mencionamos lo que ocurría en ese tiempo), entonces debía abandonar las convenciones y volverse hacia una vida natural. Si eso exigía dormir al aire libre o incluso practicar alegremente el fornicio en las calles, que así fuera. Se ha dicho y no sin su cuota de razón, que los cínicos con su filosofía del regreso a la naturaleza, eran algo así como los hippies de la antigua Grecia. Por cierto, no es que ellos tuvieran una actitud cínica y por eso se llamaran cínicos, sino al revés: consideramos a alguien que es cínico justamente por la actitud crítica hacia la sociedad que los cínicos patentaron. La palabra misma viene del griego "κύων" ("kyon", "perro"). Piénsese en que los perros hacen cosas tan contrarias a la convención social como dormir al aire libre o incluso practicar alegremente el fornicio en las calles, y se harán la idea de por qué el nombre.

Por supuesto que los griegos respetables hicieron deporte del insulto al cínico, constumbre que ha seguido hasta el día de hoy, aunque los cínicos modernos no suelen dormir al aire libre ni practicar el fornicio en las calles (aún, pero así como vamos...). Lo que no impidió a gentes como Diógenes el Cínico o su discípulo Crates el entregarse a la doctrina y predicar. Diógenes escribió toneladas de libros, pero no nos ha llegado ninguno, salvo un puñado de anécdotas por boca de otro, que en este caso es el no siempre confiable Diógenes Laercio. Pero Crates tuvo a su vez un discípulo llamado Zenón de Citio, que enseñó que se podía vivir con desapego de la vida sin abandonar las convenciones mundanas, y el cinismo como escuela filosófica pasó de moda, para dar paso al nuevo invento de Zenón que era el Estoicismo. Pero eso es otra historia.

domingo, 20 de noviembre de 2011

La Abadía de Westminster y la Segunda Guerra Mundial.


La Abadía de Westminster es prácticamente un símbolo nacional de Inglaterra. Y por supuesto que al entrar Inglaterra a la Segunda Guerra Mundial, la Abadía sufrió tanto peligro como todo el resto de la nación. Después de todo, era la primera guerra que Inglaterra afrontaba contra un enemigo provisto de abundante poder aeronáutico, y de hecho fue la primera vez que Inglaterra sufrió bombardeos aéreos en la mismísima isla.

El 3 de septiembre de 1940, se celebró un servicio religioso en la Abadía en conmemoración del primer aniversario de la declaración de guerra contra el Tercer Reich. En cada asiento se dejó una tarjeta informando a los asistentes que en caso de sonar las sirenas por ataque aéreo, éstos deberían retirarse (y esto es un detalle muy inglés) "con el apresuramiento más reverente posible". Las sirenas comenzaron a sonar justamente cuando llegaba el Primer Ministro, Winston Churchill, a la ceremonia, pero éste, luego de un breve y privado intercambio con el Deán, ordenó proseguir, y la ceremonia se realizó sin otros contratiempos.

De hecho, por alguna razón o acaso por pura suerte, la Abadía de Westminster se las arregló para sobrevivir lo más bien a la horrible blitz de aviones que sembraron el horror en el Londres de la guerra. Aunque la gente relacionada con la misma fue movilizada para la guerra, en el Cuerpo de Protección Antiaérea, haciendo guardia contra ataques aéreos y ayudando a paliar los efectos de las bombas incendiarias. Sin embargo, el 10 de Julio de 1941, una de las bombas sí consiguió hacer impacto. Y aún así, el ángel guardián de la Abadía trabajó horas extras. Alan Don, que fue Deán de Westminster entre 1946 y 1959 y en calidad de tal le tocó coronar a Isabel II, y que en 1941 era canónigo en el lugar, recordó: "A la mañana siguiente encontré todo anegado y un gran agujero en la techumbre. Fue el único día de la guerra en que los oficios matinales se suspendieron". En toda la guerra, una y nada más que una sola bomba le dio a la Abadía, y esta única ni siquiera explotó...

Con todo, por mucha importancia que tuviera, la Abadía tenía que competir con numerosos otros edificios en el Londres derruido. Las obras para la reparación definitiva comenzaron apenas en 1953, gracias a una campaña que consiguió reunir un millón de libras esterlinas. En ese mismo año, en la Abadía, fue coronada Isabel II, la actual reina de Inglaterra al momento de escribir estas líneas.

jueves, 17 de noviembre de 2011

Enterrados en la Abadía de Westminster.


Uno de los más grandes honores a que puede aspirar un inglés, es ser enterrado en la Abadía de Westminster. Se dice que en el Combate Naval del Cabo San Vicente, el almirante Horatio Nelson gritó que quería "¡la victoria o la Abadía de Westminster!" (traducido: vencedor o muerto con gloria). Los reyes de Inglaterra son enterrados allí, pero también aristócratas, así como artistas o personalidades que han prestado servicios a la Patria. Entre la gente enterrada allí están el explorador africano David Livingstone, los científicos Isaac Newton y Charles Darwin... y por supuesto que existen anécdotas relacionadas con el tema.

Los escritores tienen su propio rincón, aunque sea un poco de chiripa. En el siglo XIV, Geoffrey Chaucer fue enterrado en la Abadía de Westminster. Pero no pesó para ello el haber escrito los "Cuentos de Canterbury", sino el haber sido maestro de obras en la Abadía en ese entonces aún en construcción (reconstrucción, técnicamente). Su tumba fue objeto de una ampliación en el siglo XVI, a tiempo para que a su lado fuera enterrado Edmund Spenser, poeta importante en ese tiempo por chuparle las patitas a la reina Isabel con su poema épico "La reina de las hadas", cuyo título lo dice todo al respecto. Lo que inició la tradición del llamado "Rincón de los Poetas" ("Poet's Corner"), en donde están enterrados Samuel Johnson, Charles Dickens, Rudyard Kipling, etcétera. Aunque no todas las grandes estrellas de la literatura inglesa están aquí, partiendo por Lord Byron (cuya vida escandalosa sólo le valió un reconocimiento en... ¡1969!), o William Shakespeare (enterrado en otra parte, y que se ganó un memorial sólo en 1740). Y también hay alguno que poco tiene que ver con la poesía o la literatura en general... incluyendo al músico, y alemán por añadidura, Georg Friedrich Häendel (aunque todo sea dicho, la mejor parte de su carrera la desarrolló en Inglaterra). Y eso que los músicos tienen el Ala de los Músicos ("Musicians' Aisle") para ellos.

La tumba de Ben Jonson despierta interés por su pequeño tamaño. Se dice que en vida, Jonson le pidió al rey Carlos I (1603-1625), la merced de "18 pulgadas cuadradas de tierra en la abadía de Westminster". Y se la concedieron. En el siglo XIX, al excavarse una tumba cercana, hubo ocasión de inspeccionar los restos de Ben Jonson, y entonces el encargado informó que había sido enterrado en posición vertical...

Y una sobre Winston Churchill. En vida, y probablemente como broma, dijo que no quería ser sepultado en la Abadía de Westminster porque no creía ser del agrado de sus compañeros. Al final, cuando falleció a la provecta edad de 91 años en 1965, Churchill terminó enterrado en un lugar diferente. Lo que no impidió que cerca de la Tumba del Soldado Desconocido en la Abadía de Westminster, en ese mismo 1965, la reina Isabel II descubriera una lápida conmemorativa que dice: "Recordad a Winston Churchill"...

Con todo, desde comienzos del siglo XX, las inhumaciones han sido reemplazadas por la incineración. Es el único medio por el cual se ha podido seguir enterrando gente en una Abadía que, por lo demás, ha obrado como cementerio durante siglos completos, y en donde por tanto la cuestión del espacio se ha tornado tan angustiosa o más que la muerte misma...

domingo, 13 de noviembre de 2011

Conciliación en la Abadía de Westminster.


La Abadía de Westminster suele ser considerada como un símbolo de conciliación en la historia de Inglaterra. En torno a ella hay algunos gestos simbólicos que reflejan lo mejor del carácter y la política del inglés. Incluso se dice que la Abadía, de la que por cierto nunca se ha encontrado el menor plano de construcción, es una mezcolanza de diversos estilos que, de alguna manera, han confluido en una misma edificación armónica. Sir Gilbert Scott, arquitecto de la época de la reina Victoria, dijo: "La Abadía es una idea francesa expresada en perfecto inglés"...

Algunas anécdotas pueden referir esto. Es sabido por ejemplo que la tumba de David Livingstone, el insigne explorador africano, está en el interior de la Abadía. La figura de Livingstone es polémica porque unos alaban su espíritu intrépido y su afán de incrementar los horizontes del conocimiento humano, geográfico en este caso, mientras que otros lo ven como un símbolo del imperialismo, por no hablar de su entusiasmo por propagar la fe cristiana entre los paganos salvajes. Pero esto no quita que durante la Descolonización, la Abadía de Westminster saludara amigablemente la independencia de las colonias británicas enarbolando al lado del pabellón inglés, la bandera de la nación recién independizada. Al independizarse Nigeria, Kenia y Malawi, la ceremonia comenzó con el himno tradicional inglés ("God Save the Queen"), para terminar con el himno nacional del país naciente.

Otro ejemplo es el de Isabel I (¡que la segunda no ha muerto al momento de escribir estas líneas, vamos!) y su hermanastra María Tudor. Ambas eran hijas de Enrique VIII, pero de diferentes esposas. Cuando María Tudor heredó el trono, no perdió mucho tiempo en mandar a Isabel a encerrar en la Torre de Londres. Como precaución. Además, María Tudor era católica, e Isabel era anglicana. Y sin embargo, las tumbas de ambas se encuentran dentro de la misma cripta dentro de la Abadía de Westminster, con la siguiente inscripción: "Compañeras ambas en el trono y en la tumba, aquí descansamos dos hermanas, en la esperanza de la Resurrección". En la misma capilla, por cierto, reposan también los restos de María Estuardo, prima de ambas... decapitada por orden de la mencionada Isabel.

Y para terminar, una que habla a las claras sobre el típico carácter conciliador inglés. En vida, Sidney Webb fue un prominente político e intelectual socialista, y ya se sabe que los socialistas y la Iglesia (Anglicana, en este caso) no suelen llevarse bien. Pero al fallecer en 1947, hubo presiones para enterrar a Webb en la Abadía, lo que no era de agrado de los encargados porque el hombre en vida no se había caracterizado por ser religioso. Pero la esposa de Webb, Beatrice, que había fallecido en 1943, sí que lo era. De manera que en atención a que el matrimonio había trabajado en estrecha colaboración en vida, bien podía considerarse que había espíritu cristiano en la obra de Sidney Webb por influjo de su esposa, de manera que la autorización fue finalmente concedida, y ambos fueron enterrados en la Abadía.

jueves, 10 de noviembre de 2011

Una Abadía y una lucha dinástica.


La historia de la invasión de Guillermo el Conquistador contra Inglaterra en 1066, está ligada de manera culebronesca a la Abadía de Westminster, uno de los más importantes símbolos religiosos y políticos ingleses. Aunque ya existía una edificación más temprana en el lugar, la Abadía misma debió esperar hasta el siglo XI. En dicho siglo un joven príncipe anglosajón llamado Eduardo estaba exiliado en Normandía, y había hecho votos de peregrinar a Roma si es que llegaba a obtener el trono de Inglaterra. O así dice la leyenda, al menos. Cuando lo obtuvo, decidió que cumplir el voto era algo un poco pesado, así es que manera muy comprensiva, y también conveniente para ambos, por qué no, la Iglesia autorizó el cambio de votos, y Eduardo se comprometió en vez de la peregrinación, a construir la Abadía de Westminster.

Este monarca se tiene bien ganado el sobrenombre de Eduardo el Confesor por el carácter piadoso que describe la anécdota, pero dejó un serio problema: parece que su escrupulosidad religiosa alcanzaba incluso al ámbito sexual, habiendo por tanto hecho votos de castidad. Esto quiere decir que cuando murió en 1066, no dejó descendencia, y por lo tanto, se abrió un período de guerra civil en Inglaterra. Por cierto, uno podría bien decir que Eduardo el Confesor resistió hasta ver a la Abadía de Westminster consagrada, y después se relajó y falleció en paz, porque murió en la primera semana de enero de 1066: la Abadía había sido consagrada el 28 de diciembre de 1065.

La Abadía de Westminster es conocida por ser aquélla en donde casi todos los monarcas ingleses han sido coronados, pero esto abre una duda: ¿quién fue el primer monarca allí coronado? El primer monarca en asumir el poder después de la consagración de la Abadía fue Haroldo, un anglosajón que era cuñado de Eduardo el Confesor (hermano de Edith, esposa del monarca, aunque como dijimos, el matrimonio no fue nunca consumado). Además, los nobles parecen haber ido a rendir pleitesía al recién coronado Haroldo a Westminster, por lo que si hay un lugar lógico en donde debió ser la coronación, es la Abadía recién consagrada. Pero no existen testimonios históricos sobre el tema, y por lo tanto, la cuestión es un misterio.

El caso es que Haroldo afrontó la invasión de otros dos pretendientes, uno de ellos danés y el otro nada menos que Guillermo el Conquistador de Normandía. A la larga, Haroldo fue vencido y muerto en la Batalla de Hastings. Guillermo el Conquistador se apoderó del trono, y se hizo entonces coronar como rey de Inglaterra en la Navidad de ese agitado 1066 que se había abierto con la muerte de Eduardo el Confesor (y a casi un año cabal de la consagración de la Abadía de Westminster). Ocurrió entonces una desafortunada anécdota. Resulta que después de la coronación, los súbditos anglosajones aclamaron en su idioma al monarca recién coronado (supongo que para ellos cualquier monarca era bueno, en tanto hubiera uno solo y no guerra civil). Los caballeros normandos, que hablaban francés, se pusieron nerviosos, y decidieron que era una rebelión, cargando entonces contra la masa, montados en sus caballos. En la ocasión, la Abadía recibió el primero de varios estropicios que iba a sufrir en su longeva historia: los belicosos caballeros quemaron los portones para poder cargar mejor. En adelante, y durante un par de siglos, normandos y anglosajones iban a estar destinados a no entenderse, aunque a la larga, de ahí iba a surgir el actual pueblo inglés... Interprétese esto como se quiera.

domingo, 6 de noviembre de 2011

Fabricando pianos y cazando cometas.


La historia de Kaoru Ikeya el cazador de cometas nacido en 1943, tiene algo de peregrina. El señor Ikeya, padre de Kaoru, era un vendedor de pescados, y deseaba que su hijo se dedicara a seguir sus pasos: pensaba que la Astronomía no era para la gente de condición humilde. Por su parte Kaoru, que vivía desde los seis años en una casa al lado de un lago, se subía al techo para escapar del alboroto de sus tres hermanas. En esas escapadas a las techumbres se había entusiasmado con el cielo, y había comenzado a revolver la biblioteca de su colegio buscando textos de Astronomía. Acabó aprendiendo los principios de física, en particular los de óptica, para construir su propio telescopio.

Las cosas empeoraron cuando la pescadería empezó a ir mal, y el padre ahogó las penas en sake. El que un padre desatienda a su familia es grave en cualquier cultura, pero en la japonesa posterior a la Segunda Guerra Mundial era peor, debido a que un padre que desatendiera sus obligaciones morales no sólo se deshonraba él, sino que también caía la mancha del deshonor sobre toda la familia. Su madre tuvo que emplearse como camarera de hotel, lo que en la época y lugar era una deshonra horrible: una madre y esposa lavando y cocinando para extraños en vez de para su familia. Kaoru Ikeya se obsesionó entonces con descubrir un cometa: tal cosa podría ayudar a borrar el estigma sobre su familia. Por mientras tanto, apenas culminó su enseñanza media, entró a trabajar en una fábrica de pianos, como operario no calificado y con el salario más bajo de la escala. Corría el año 1959.

Mientras tanto se las arregló para fabricarse su propio telescopio, puliendo su propio lente y consiguiéndose el resto de las piezas en tiendas de segunda mano. Empezó a buscar en el cielo... y nada sucedió. Le escribió a Minoru Honda, otro astrónomo aficionado que ya tenía unos cuantos cometas descubiertos a su haber, pidiéndole consejo. La respuesta no puede ser más japonesa: "Observar el cielo con el único propósito de descubrir un cometa es una labor inútil que exige muchísimo tiempo y muchísimo trabajo, pero observarlo por sí mismo, sin pensar en descubrimientos, podría traer suerte a un buscador de cometas".

El 31 de diciembre de 1962, la madre de Kaoru Ikeya, afligida porque su hijo ya había invertido 16 meses de noches escrutando los cielos, le pidió que descansara. Después de todo, gracias al trabajo de ambos, la familia había salido de deudas, y era hora de empezar el año con otro espíritu. Kaoru obedeció, pasó el Año Nuevo con su familia, y acompañó a su madre a un templo a rezar. A la noche siguiente, el 2 de enero de 1963, Kaoru subió al cielo, y descubrió lo que sin lugar a dudas era un cometa. Pero aún no podía estar seguro, de manera que a la mañana siguiente, envió un telegrama al Observatorio Astronómico de Tokio, dando los datos del mismo para confirmar si era un descubrimiento en verdad, o sólo un cometa ya catalogado. Poco después, revisada la información, era oficial: Kaoru Ikeya había descubierto el primer cometa del año 1963. El cometa de código 1963a pasó a ser llamado Cometa Ikeya en su honor.

El descubrimiento le significó a Kaoru el relacionarse con el resto de la comunidad de astrónomos del mundo. A pesar de ello, no hizo ningún alarde, y siguió trabajando en la fábrica de pianos, en donde nadie supo la nueva hasta que empezaron a aparecer periodistas buscando entrevistar al astrónomo aficionado. La fábrica entonces inició una colecta entre todos los trabajadores, para que Kaoru pudiera seguir sus observaciones celestes. Reunieron la bonita suma de 150 dólares, y le entregaron un diploma por su aplicación y espíritu de estudio. Nada mal para un joven catalogado antes en la fábrica como "constante, cumplidor, callado (...) No participa en los deportes o clubs de la compañía. Le falta ambición e iniciativa". Incluso aprovecharon la historia para hacer una película sobre la vida del chico. Cuando éste la vio, su único comentario fue: "¿Por qué no les basta con la verdad...?".

jueves, 3 de noviembre de 2011

No cree tener un alma.


Esta anécdota es de ésas que no he podido cotejar a ciencia cierta, pero la respuesta me pareció demasiado buena para dejarla escapar (si alguien puede confirmármela o refutármela, se agradecería). El involucrado en ella es Francis Wayland, que era a un tiempo educador universitario, pastor bautista y ensayista filosófico. El caso es que Francis Wayland daba clases y era rector de la Universidad de Brown, cargo este último en el cual estuvo entre 1827 y 1855.

Va un estudiante de filosofía, probablemente uno de esos horribles materialistas...

-- Doctor, no creo tener un alma.

-- Quizás no, muchacho. Usted lo sabrá mejor que nadie. Yo sí la tengo... Buenas tardes, señor mío.

Mencioné que el doctor Wayland era bautista, ¿cierto...?

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