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jueves, 29 de diciembre de 2011

La accidentada coronación de la Reina Victoria.


La coronación de Victoria como reina de Inglaterra el 28 de Junio de 1838 (aunque constitucionalmente era reina desde la muerte de su predecesor, su padre Guillermo IV, el 20 de Junio de 1837) estuvo llena de contratiempos que amenizaron bastante el protocolo. Para empezar, digamos que Lord Melbourne, Primer Ministro de Inglaterra a la sazón, decidió no ofrecerle a la Reina Victoria el banquete tradicional por motivos presupuestarios, lo que hizo surgir el mote de "coronación centavera" ("Penny Crowning").

La ceremonia misma tuvo también sus baches. El Arzobispo de Canterbury a la sazón era William Howley, que a sus 72 años cumplidos acumulaba su segunda coronación (había coronado a Guillermo IV en 1820). La edad le había cobrado factura, en forma de sordera. Por lo tanto, no podía escuchar las palabras claves que debían servirle como señal, lo que no ayudó demasiado a la fluidez de la ceremonia.

Además, el anillo de coronación resultó ser demasiado pequeño. Por su parte, uno de los pares que debían hacer reverencias a la Reina, se enredó en su toga y cayó en las gradas del trono...

Con típico humor inglés, alguien anotó en su programa: "En el caso de otra coronación, creo realmente que debemos hacer un ensayo"...

domingo, 25 de diciembre de 2011

El Cristo del Veneno.

La interacción de la herencia mesoamericana primero, española después, y mexicana al último, han convertido a México en un país rico en tradiciones y folclor. Una de las leyendas tradicionales mexicanas es la relativa al Cristo del Veneno, un Cristo crucificado de color oscuro que está en la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México.

La leyenda se cuenta de varias maneras distintas. Una versión refiere que un hombre piadoso tenía un terrible enemigo, que lo odiaba por su virtud. Sabedor el enemigo de que el hombre virtuoso besaba los pies del Cristo como señal de devoción, los untó de veneno. Pero de manera milagrosa, el veneno fue absorbido por el crucificado a través de sus llagas, al tiempo que éste torcía hacia la derecha sus pies, para impedir que el devoto volviera a besarlos. El veneno, al empaparse dentro del crucificado, terminó volviéndolo oscuro.

Otra versión de la leyenda pone a un sacerdote como héroe. Este recibió una confesión de un violento homicida, acerca del asesinato de otro hombre. El sacerdote le exigió al homicida que se entregara con arrepentimiento sincero, y éste en respuesta sale airado. Temiendo que el sacerdote rompiera el secreto de confesión, el homicida recurre a la artimaña ya dicha, o sea, untar los pies del crucifijo con veneno. El resto sigue igual, con el añadido de que el homicida, atento detrás de una columna para asegurarse el resultado criminal, al ser testigo del prodigio rompe en lágrimas y acude a la policía a entregarse.

Sea cuál sea la versión de la leyenda que aceptemos, el Cristo del Veneno es uno de los más importantes focos de devoción católica en el mundo mexicano.

jueves, 22 de diciembre de 2011

El Culto de los Carros.

La Edad Media fue cualquier cosa, menos una época fácil para vivir. Hambrunas, analfabetismo, abusos de los poderosos, y una naturaleza usualmente hostil, se combinaban para crear un fuerte desamparo en las personas. No es raro entonces que el deseo de salvación de las personas los llevaron a extremos increíbles de histeria. Uno de estos penosos casos de psicología social, lo constituye el Culto de los Carros.

Este fenómeno fue reportado principalmente en torno a la construcción de la Catedral de Chartres, una de las pioneras del entonces nuevo estilo gótico, que empezó a levantarse en 1144 (aunque la definitiva data de las extensas reparaciones después de un incendio en 1194). De todas maneras, el fenéno se propagó después a otras partes. Aunque parezca de perogrullo, es necesario señalar que esos leviatanes de piedra que son las catedrales góticas, consumían piedra de manera voraz en su levantamiento, y esa piedra debía salir de canteras ubicadas a muchos kilómetros de distancia. Dicho sea de paso, los picapedreros no trabajaban bajo jornal, sino que se les pagaba según la cantidad de piedra producida. De ahí, había que subir los bloques arriba de carretas transportadas por sufridos bueyes, que tiraban de ellas durante recorridos a veces enormes.

Y es aquí en donde el Culto de los Carros entra en acción. Porque muchos hombres, llevados por su devoción religiosa, se uncían ellos mismos en reemplazo de los bueyes, y tiraban de los carros en expiación de sus pecados. Incluso, cuando arribaban a destino, algunos pedían que los sacerdotes los flagelaran para completar su mortificación. En 1145, el arzobispo Hugo de Ruán escribió al obispo de Amiens: "...los hombres, en su humildad, empezaron a llevar a rastras carros y carretas para la construcción de la catedral, y su humildad estaba incluso iluminada por milagros". El cronista Haymo, abad de Saint-Pierre, escribió por su parte: "¿Quién ha visto, quién ha oído alguna vez, en todas las generaciones pasadas, que poderosos príncipes del mundo, que hombres criados con honor y riqueza, que nobles, hombres y mujeres, hayan doblado sus orgullosos y altivos cuellos ante los arreos de los carros, y que, como bestias de carga, hayan arrastrado esas carretas hasta la morada de Cristo, cargados con vinos, granos, aceite, piedra, madera y todo lo necesario para las necesidades vitales, o para la construcción de la iglesia?".

El mismo Haymo sigue comentando la actitud de los penitentes: "Cuando se detienen en el camino, no se oye nada salvo la confesión de los pecados y la pura y suplicante oración a Dios para obtener el perdón. A la voz de los sacerdotes que exhortan sus corazones a la paz, olvidan todo el odio, la discordia se deja de lado, se perdonan las deudas, se establece la unidad de los corazones". Y sigue: "Pero si alguno ha llegado tan lejos en el mal que no desea perdonar a algún ofensor, o si rechaza el consejo del sacerdote que le ha aconsejado piadosamente, su ofrenda es arrojada instantáneamente de la carreta como algo impuro y él mismo, ignominiosa y vergonzosamente excluido de la sociedad de los santos"... Que el lector de Siglos Curiosos se forme la imagen que quiera, de todo lo anterior.

domingo, 18 de diciembre de 2011

De cómo fue culminada la fachada de la Catedral de Milán.


Que la construcción de una catedral gótica era algo lento y laborioso, debido a la grandiosidad del objetivo y lo más o menos rudimentario de los medios técnicos, es algo de todos sabido. Pero además estaban los problemas administrativos varios vinculados a la logística del proyecto. La construcción de la Catedral de Milán principió durante la mejor época de la ciudad, a finales del siglo XIV, cuando la città alcanzó su apogeo político bajo los Visconti. En esa época, las obras marcharon a un ritmo más o menos prudencial, espoleado por la ayuda económica de los burgueses de Milán que la veían como una obra patriótica, y retrasado por el otro con las constantes reducciones presupuestarias ordenadas por el duque de turno (Visconti primero o Sforza después), sacando dinero de la caja de la Fábrica de la Catedral como si de una alcancía para financiar otra clase de necesidades políticas se tratara.

Luego, en el siglo XVI, Milán cayó en manos del Imperio Español, y la Fábrica pasó a ser regida por la burocracia española, que era bienintencionada y empeñosa por un lado, pero lenta, escribánica e inoperante por el otro. Nada de raro que entre los siglos XVII y XVIII, las obras hayan avanzado a paso de caracol. Se trataba de una catedral gótica que seguía edificándose pasado el Renacimiento y luego el Barroco, y entrando en el Neoclasicismo. La fachada misma tardó cerca de 200 años en ser proyectada y construida, entre diversas autorizaciones, marchas y contramarchas, incluyendo el pintoresco incidente con las columnas de Pellegrini que hemos comentado en otro posteo. Entretanto, en 1774, se remató el cimborio, la aguja principal, con una estatua de la Virgen Maria (la "Madonnina"). Con una altura de 108 metros, se prohibió edificar en Milán cualquier edificio que fuera más alto, hasta tiempos bien recientes.

Llegó el siglo XIX, y la cuestión de la fachada aún no estaba resuelta. En el intertanto, Napoleón Bonaparte se paseó más de alguna vez por territorio italiano, anexando el norte del mismo a su imperio. En 1805, Napoleón Bonaparte aspiró a coronarse como rey de Italia, y para ceñir la corona de hierro respectiva, dispuso que la Catedral de Milán sería el escenario. Con su estilo característico, ordenó que la fachada fuera completada de prisa y con un proyecto que costara poco. Con eficacia inusitada, surgió un proyecto de unos proyectistas neoclásicos de apellidos Pollak y Amati, y las obras fueron completadas. El francés consiguió así en poquísimos meses, lo que siglos de administración italiana y española no habían podido.

No es que la Catedral como un todo estuviera lista (la última etapa, que fue la colocación de la puerta principal definitiva, ocurriría recién en... ¡1965! No, no es error de tipografía, no quise escribir 1865, sino mil NOVECIENTOS sesenta y cinco). En el intertanto, milaneses se sintieron un poco insatisfechos de que SU catedral le debiera el remate de la fachada y algunos conceptos arquitectónicos relacionados a dos arquitectos neoclásicos contratados por un francés, de manera que en 1866 convocaron a un concurso para una NUEVA fachada. Cinco siglos después de iniciada la construcción, todavía estaban planificando. Hubo nada menos que 120 proyectos propuestos, y aunque hubo un claro ganador (un tal Giusseppe Brentano, del que no volvió a saberse), triunfó el sentido común, y se dejó la fachada tal y como estaba (aunque no sin conflicto por parte de los buscapleitos de siempre). Pero aún así, los milaneses estuvieron lo suficientemente agradecidos de que Napoleón Bonaparte "apurara los caracoles", por decirlo de manera vulgar, como para colocar en medio del bosque de estatuas rematando las agujas de la catedral, una dedicada al conquistador francés...

jueves, 15 de diciembre de 2011

Columnas colosales para la Catedral de Milán.


Colosalismo. Qué sería del ego de los arquitectos sin ese concepto. Las catedrales eran edificios laboriosos de construir, y a menudo el paso del tiempo y de las modas arquitectónicas provocaban cambios en los planos. La Catedral de Milán fue un ejemplo egregio de esto. No en balde su construcción comenzó hacia 1385, en plena gloria del gótico, siguió durante el Renacimiento... y dos siglos después, aún inconclusa, su fachada iba camino al Barroco. En esos años, Carlo Borromeo fue nombrado Arzobispo de Milán. Punta de lanza de la Contrarreforma, Borromeo llegó a terremotearlo todo, incluyendo los planos de la Catedral, que juzgaba demasiado góticos para su sensibilidad tempranobarroca. Borromeo era lo suficientemente tardorrenacentista como para preferir una fachada romana en vez de gótica, y actuó en consonancia.

El arquitecto de confianza de Carlo Borromeo era Pellegrino Pellegrini, a quien la Catedral de Milán le debe el baptisterio, el vallado del coro, el coro subterráneo, la sillería, el altar mayor, los seis altares de las naves y la decoración del pavimento y de numerosas vidrieras. Casi nada. Este Pellegrini imaginó una fachada con una gigantesca hilera de columnas corintias, tan altas como las naves laterales, y con una segunda hilera flanqueada por dos obeliscos. Pero Pellegrini debió partir a España en 1585, por encargo de Felipe II, nada menos que para pintar murales en El Escorial, y su idea quedó en nada. Por el minuto.

Salto en el tiempo a la primera década del siglo XVII. Federico Borromeo, primo de Carlo Borromeo, es ahora Arzobispo de Milán. Para que todo quede en familia. El hombre trató de hacer arreglines para que fuera aprobado un proyecto de Francesco Maria Richini, su protegido. Sin éxito. Irritado por el fracaso, Federico Borromeo exhumó un dibujo de Pellegrino Pellegrini que éste había realizado sólo a título personal, y lo impuso como proyecto. Richini apoyó entusiastamente las ideas de su protector, que a lo menos consiguió nombrarle director de obras. El problema es que ebria de grandeza, la dupla de Borromeo y Richini querían que cada columna fuera monolítica, de una sola pieza. Un absurdo logístico, porque llevarlas a Milán por vía fluvial era imposible ya que no existían barcazas capaces de transportar semejante peso o tamaño. Para que las piezas pudieran viajar a través de los canales, era necesario echar abajo siete puentes de piedra y cuatro de madera. Y el transporte por tierra obligaba a derribar edificios que obstaculizaran el camino, así como a reforzar la carretera misma.

Esto hubiera disparado el presupuesto de la Fábrica de la Catedral (la institución encargada de su edificación) hasta la bancarrota, pero la suerte fue piadosa. Apenas culminada la fachada, en 1630, empezó a tallarse la primera columna. Pero ésta se rompió sin siquiera haber salido de la cantera. Al poco tiempo, en 1631, Federico Borromeo falleció, y sin el apoyo de su protector, Richini fue echado al viento (no se sientan mal por él: obtuvo varios otros encargos en otras ciudades. Que no eran Milán, claro). El concepto pellegriniano cayó en el olvido, y se volvió a un proyecto que fuera un compromiso híbrido entre el gótico original y el "romano" renacentista posterior.

domingo, 11 de diciembre de 2011

Los macacos que lavaban camotes.


Todos conocemos la batata o camote, ¿no? También todos conocemos los macacos, ¿no? Bien. Así como con otras especies, los naturalistas se fijaron en los macacos del Japón, y comenzaron a estudiarlos. En las décadas de 1960 y 1970, los estudios sobre su comportamiento fueron bastante intensos. Y entonces sucedió el famoso experimento en que los macacos aprendieron a lavar sus tubérculos. Camotes, en este caso.

En realidad el camote es originario de Sudamérica, aunque se encuentra también en la Polinesia. Es decir, no es un tubérculo nativo de Japón, o que los japoneses conocieran, hasta donde llegan las investigaciones de General Gato vuestro seguro servidor. De manera inicial, la idea no era explorar qué harían los macacos con ellos, sino simplemente sacarlos a terreno abierto: los macacos solían esconderse en los bosques, y allí era complicado estudiarlos. De manera que, para observarlos mejor, se limitaron a arrojar camotes a lo largo de toda la playa. Los macacos salieron y comenzaron a engullirlos con fruición.

Entonces fue cuando una joven hembra de un año y medio de edad llamada Imo, descubrió algo significativo. Todos los monos limpiaban los tubérculos simplemente con las manos. Imo por su parte descubrió que los tubérculos en cuestión quedaban más limpios si se sumergían en las aguas de un río. Al principio, la novedad fue acogida por sus hermanos, y luego por su madre. Andando el tiempo, toda la manada comenzó a lavar los camotes en el río. Sólo los más viejos y cenizos, celosos de su rango y posición, se negaron a acceder a la novedad, y siguieron quitando la tierra con las manos. Y cuando los más viejos se murieron y dejaron de estorbar a las nuevas generaciones, la costumbre entre los macacos se hizo universal.

Y no se detuvo ahí. Imo descubrió también el placer de echarle sal a los camotes. La estrategia era simple: agarrar el camote y morderlo. Luego, bañarlo en agua de mar para que la sal se impregnara. Y luego, seguir comiendo. Porque por lo visto, ser un macaco no está reñido con ser un gourmet...

jueves, 8 de diciembre de 2011

Honrando a los perros y caballos antárticos.

A finales de 1911, la expedición del noruego Roald Amundsen fue la primera en alcanzar el Polo Sur. Cinco semanas después lo hizo la expedición del británico Robert Falcon Scott. Sobre la hazaña de ambos próceres de la exploración planetaria se ha escrito mucho, pero... ¿qué pasa con las bestias de carga? Porque en una expedición de esas características, con una tecnología primigenia que aún tenía que entendérselas con la congelación, era indispensable marchar y acarrear víveres, y la única solución eran las bestias de carga, esos grandes héroes ignorados de la jornada.

En estas cosas pensaba un coronel de la USAF (la Fuerza Aérea de los Estados Unidos) llamado Ronnie Smith, apostado en la Antártica, hasta que como buen militar decidió pasar a la acción, tomar cartas en el asunto, ganar la batalla. Y puso a estas sacrificadas bestias en el mapa aeronáutico. En las cartas de ruta de las aeronaves, existen determinados puntos en los cuales los pilotos deben informar sobre el progreso del vuelo a los controladores de tráfico aéreo, y esos puntos tienen nombres. De manera que los pilotos que vuelen desde el aeropuerto de Christchuch en Nueva Zelanda hasta la Base McMurdo en la Antártica, deben reportarse en los puntos que honran a los perros de Amundsen (PEHRR, HELGE, LASSE, MYLUS, FRITH, URROA), y luego en los que honran a los caballos de Scott (SNIPT, JIPIG, BOENZ, JEHOO, BYRRD, NOBEY).

Huelga decir que no es coincidencia ni milagro que todos los perros y caballos tengan cinco letras. En realidad, como es obvio, muchos nombres son más largos, pero Smith los abrevió para que cupieran en el sistema universal de cinco letras que es el estándar en la aviación. Así, no es que uno de los infortunados corceles de Scott, además de morirse en la Antártica presumiblemente, tuviera la desgracia de llamarse Jipig, sino que es la contracción de Jimmy Pigg (no es un gran nombre tampoco, pensándolo bien).

Claro está que es un honor póstumo, y como tal, de poco le sirve a los animales sacrificados en la misión. Porque Amundsen tuvo el buen sentido, como noruego que era, de confiar en los perros tiradores de trineo, mientras que Scott, de tradición militar (naval, en realidad), se decidió por los caballos. Parte importante del desastre de la expedición Scott se debió a esta infortunada elección, ya que los perros soportaron el clima antártico con tesón, mientras que los pobres pingos ingleses cayeron como moscas en la Antártica. Por algo el noruego no sólo llegó primero, sino que además regresó con vida.

domingo, 4 de diciembre de 2011

La primera novela gótica.


Ya hemos hablado previamente en Siglos Curiosos acerca de que la historia de lo gótico ha tenido varias vueltas y revueltas. Pero quizás el momento decisivo, las columnas de Hércules en lo que al desarrollo del género se refiere, sea la publicación de la novela "El castillo de Otranto". Dicha novela tiene también su propia historia, que quizás sea curiosa o quizás no, pero que de todas maneras vale la pena reseñar, debido a que salió mayormente sin intención de revolucionar nada, sólo como un divertimento que se le escapó de las manos a su creador, en lo que a influencia se refiere.

El autor de la novela es Horace Walpole. El hombre venía de familia ilustre: su padre Robert Walpole había sido nada menos que el primer Primer Ministro de Inglaterra, además de uno de los más duraderos en el cargo, completando nada menos que dos décadas entre su asunción en 1721, y su salida en 1742. Horace Walpole emprendió en su juventud el "Gran Viaje", como se llamaba a la excursión que todos los dandys con pretensiones artísticas en su tiempo hacían a Italia, para empaparse de clasicismo. Walpole quedó prendado de Italia, en particular de Florencia, y nunca olvidó el ambiente de carnaval y juerga que encontró allí. No en balde, la novela "El castillo de Otranto" se ambientará en dicho país, precisamente.

En 1747, Robert Walpole compró una casa en Londres que pasó a llamarse Strawberry Hill. Con cierto gusto excéntrico, comenzó a decorarla con un estilo de anticuario, como buen coleccionista de antigüedades que era. En definitiva, Strawberry Hill acabó transformada en un castillo gótico en miniatura, a gusto de su dueño. Años después, en 1764, apremiado por varios problemas personales, tuvo una extraña pesadilla, de la cual dijo: "lo único que recordé fue que me encontraba en un antiguo castillo y que al final de una gran escalinata vi una enorme mano enfundada en su armadura. Empecé de inmediato a escribir sin tener ni la más remota idea de lo que pensaba decir o relatar". Esto último es notorio si se lee la obra original, bastante deshilachada de argumento... pero que incluye una escena con una enorme mano enfundada en su armadura, etcétera, por supuetso.

La obra era tan extraña para lo común en la Inglaterra de la época, que Horace Walpole no se atrevió a publicarla como propia, y en su primera edición, la hizo pasar como la traducción de un manuscrito italiano. En el prólogo escribe: "La obra (...) se encontró en el norte de Inglaterra, en la biblioteca de una antigua familia católica. Fue impresa en Nápoles en caracteres góticos en el año 1529, sin que se especifique cuándo fue escrita. (...) Si la historia se escribió alrededor de la época en que se cree que pudo ocurrir, debió ser entre 1095, época de la primera Cruzada, y 1243, fecha de la última, o poco después" (copiado textual de Walpole, ya que sí hubo cruzadas después de 1243, para que mis estimados lectores no maten al mensajero). Para sorpresa general, la obra tuvo tanto éxito, que en la segunda edición se atrevió a publicarla ya como propia, con un segundo prólogo: "(...) conviene que se excuse ante sus lectores por haberles ofrecido su obra bajo la personalidad prestada de un traductor. Como fueron la poca fe en su propia capacidad y la novedad del intento lo que le indujeron a adoptar ese disfraz, confío en que será perdonado"... La novela puede ser quizás un poco simplona, e incluso bastante cliché para el gusto moderno, pero en su tiempo desató una revolución, ya que fue la primera que aunó elementos típicos de lo que después va a ser la imaginería gótica: Edad Media, castillos, fantasmas, cadenas, doncellas en apuros, un violento usurpador, ambientación latina (entiéndase, no anglosajona)... Piénsese en lo que Scooby Doo hace de broma, pero hecho en serio y por verdadera y muy primera vez, y se tendrá alguna idea de lo que es "El castillo de Otranto" y lo que representó para la historia de la literatura.

jueves, 1 de diciembre de 2011

Berlineses esperando la caída de Berlín.


Por mucho que se discuta si el pueblo alemán sabía lo que estaba haciendo la alta cúpula nazi, o cuánta responsabilidad le cabe por haber aguantado las atrocidades del Tercer Reich, lo cierto es que el retrato de las últimas horas y días de la ciudad de Berlín antes de caer en manos de los soviéticos no puede ser más melancólico. Aunque, humana tendencia ésta, salpimentada de un tanto de humor negro para hacer más soportable la horrible espera. El saludo más habitual entre los desconocidos, sin ir más lejos, era "Bleib übrig" (traducido MUY libremente como "ojalá que pueda usted escapar")...

En realidad, el panorama para los berlineses era bastante sombrío, ya que aunque el Ejército Rojo se encontrara batallando a 50 kilómetros de distancia, el cañoneo podía ser escuchado a través de toda esa distancia. Lo que hacía un contraste penoso con la propaganda oficial, fiel hasta el final. Goebbels, el ministro de propaganda, insistía en que el Destino cambiaría, que el Führer sabía exactamente la hora del cambio... La gente ya ni siquiera tenía demasiado miedo de imitar los pomposos y grandilocuentes discursos radiales, siempre en tono de broma, claro está.

En realidad, la defensa de Berlín era un imposible. Hellmuth Reymann, uno de los comandantes encargados de la defensa de la ciudad, estimaba que necesitaría unos 200.000 efectivos para la tarea. No sólo tenía apenas 60.000, sino que además ellos eran ancianos de la Guardia Civil sin entrenamiento militar. De ellos, la tercera parte no tenía armas, y el resto tenía apenas cinco cargadores para las suyas propias. Las carreteras y caminos principales estaban todos abiertos, con poquísimos obstáculos y vallas de defensa. Había rollos de alambres de púas, obstáculos antitanques de acero, y tranvías llenos de piedras. Eso era todo.

El chiste siniestro del momento era el siguiente: "¿Cuánto tiempo tardarán los soviéticos en echar abajo las defensas y abrir una brecha para entrar en la ciudad?". La respuesta era dos horas y un cuarto: dos horas para desternillarse de la risa, y 15 minutos para desbaratar los obstáculos...

domingo, 27 de noviembre de 2011

¿Quiénes fueron los estoicos?

Hoy en día, una persona estoica es la que aguanta marranada tras marranada de la vida sin emitir queja. Pero en su origen, allá en la antigua Grecia, los estoicos eran una escuela filosófica con un conjunto de doctrinas bastante más elaborada que "aguántate macho". Hacia el año 300 antes de Cristo, la situación política y social del mundo griego era desesperada: las antiguas libertades cívicas habían desaparecido en manos de golosos monarquías orientalizantes regidas por los generales del fallecido Alejandro Magno, y la vida era mucho más insegura e insatisfactoria para todos. En este ambiente un descendiente intelectual de los cínicos, Zenón de Citio, comenzó a predicar su propia doctrina.

En apretadísimo resumen, Zenón tendió a rechazar el idealismo platónico, en pos de una lógica más realista, incluso nominalista a ratos. El pensamiento no es corporal, y por lo tanto no puede ser real, según los estoicos (golpe contra Platón). Lo que importa son las relaciones entre los conceptos y las cosas. Pero si dichas relaciones son necesarias, entonces eso de alguna manera esas relaciones construyen el universo (estoy resumiendo mucho, y además no estoy de acuerdo, no maten al mensajero por favor). En definitiva, el universo se identifica con la palabra ("λόγος", "logos") que lo describe, y por lo tanto el universo es racional. Al final, todo este baturrillo es para... sorpresa, para justificar que existe una moral racional, la sabiduría, etcétera.

En realidad, todo el sistema lógico-cosmológico tiende a tratar de justificar una especie de "filosofía para la acción". Pero como la acción no podía expresarse "hacia afuera" conquistando algo o abriéndose paso en la vida porque el individuo ya no tenía poder en ese medio social, debía expresarse "hacia adentro", bajo la forma de virtud. Dijimos que para nosotros, un estoico es una persona que aguanta palo sin quejarse. Bueno, esa concepción nuestra deriva de que los estoicos predicaban que el universo es racional, y además está determinado, de manera que no tiene sentido quejarse: te iba a llegar palo de todas maneras, quejándote o no. En verdad, dicen los estoicos, sufres menos si eres indiferente al palo, si te desapegas de tus sentimientos (además de que si aguantas con dignidad, la gente te admirará, pero eso, por inadvertencia o por modestia, los estoicos no parecen haberlo puesto por escrito). Este desapego a las emociones y sentimientos encontrará su propio camino hacia nuestro léxico: lo llamaban "ἀπάθεια" ("apatheia", aunque en el contexto estoico implicaba una posición activa frente al propio yo reprimiendo las emociones, lejos de la connotación pasiva y abúlica de la actual derivación "apatía"). Puede parecer un poco lunático para quien no profese sus ideas, pero es ciertamente laudable que muchos estoicos posteriores hayan sido consecuentes hasta el final, y ante cosas insuperables como la vejez o la persecusión del Emperador loco de turno (como Séneca debió sufrirla de Nerón), hayan optado por el suicidio, que para ellos era una muerte con dignidad.

El estoicismo ha tenido una propaganda extraordinaria posterior gracias al cristianismo. Mucho de la idea de virtud en la teología cristiana, fue tomado de aquí. Pero entre los paganos tuvo un gancho más pedestre: si bastaba con ser virtuoso y sabio, entonces podías conservar todas tus riquezas y aún así ser "buena gente" y sentirte feliz contigo mismo. Hubo estoicos de baja condición social, incluso esclavos como Epicteto, pero la mayoría tendió a ser políticos bien enchufados como Cicerón, especuladores acaudalados como Séneca, e incluso Emperadores romanos como Antonino Pío. Por cierto, el nombre viene de la palabra griega "stoa" ("στοά"), que significa "columna", porque Zenón predicaba al aire libre y al lado de una columna en el Agora, la plaza pública de Atenas, a quien quisiera escucharle. Parece que los estoicos posteriores encontraron maneras más respetables de hacerse oir.

jueves, 24 de noviembre de 2011

¿Quiénes fueron los cínicos?


Por conocidos es que no había querido escribir hasta el minuto en Siglos Curiosos sobre la escuela filosófica de los cínicos, hasta que en ese extraño y ancho mundo que existe en la vida real, más allá de Internet, alguien me preguntó sobre los mismos. Interesantemente, no para una tarea escolar, sino simplemente porque había salido el tema, y la persona tenía la suficiente curiosidad intelectual para confesar ignorancia sobre el punto (todos somos ignorantes en un montón de cosas, pero no faltan los idiotas que se comportan como si ellos fueran la excepción a la norma. Y yo no soy uno de ellos: lo mío se limita a la historia y el cine).

Además, resulta peregrino que no le haya dedicado en Siglos Curiosos un posteo a los cínicos, habida cuenta de que este blog tiene su buen poco de ellos. Así es que, repasemos. Grecia. Siglo IV antes de Cristo. Después de la Guerra del Peloponeso, la sociedad griega como un todo estaba fuertemente dislocada en la política internacional, y también en una estructura social en donde por varias razones se hacían cada vez más agudas las tensiones entre los más ricos y los más pobres. En este ámbito proliferaron como setas las escuelas filosóficas, que trataban de enseñar, o según algunos de venderles, la fórmula de la felicidad a personas que no sabían hacia donde iba la vida en general.

Es en este esquema en donde encajan los cínicos. Ellos tomaron de la escuela inmediatamente anterior de los sofistas la distinción entre la ley natural ("φύσις", "physis", como en la actual "física") y la convención o regla social ("νόμος", "nomos", como en la actual "autonomía"), y desarrollaron la noción de que si el hombre viviendo en sociedad era infeliz (ya mencionamos lo que ocurría en ese tiempo), entonces debía abandonar las convenciones y volverse hacia una vida natural. Si eso exigía dormir al aire libre o incluso practicar alegremente el fornicio en las calles, que así fuera. Se ha dicho y no sin su cuota de razón, que los cínicos con su filosofía del regreso a la naturaleza, eran algo así como los hippies de la antigua Grecia. Por cierto, no es que ellos tuvieran una actitud cínica y por eso se llamaran cínicos, sino al revés: consideramos a alguien que es cínico justamente por la actitud crítica hacia la sociedad que los cínicos patentaron. La palabra misma viene del griego "κύων" ("kyon", "perro"). Piénsese en que los perros hacen cosas tan contrarias a la convención social como dormir al aire libre o incluso practicar alegremente el fornicio en las calles, y se harán la idea de por qué el nombre.

Por supuesto que los griegos respetables hicieron deporte del insulto al cínico, constumbre que ha seguido hasta el día de hoy, aunque los cínicos modernos no suelen dormir al aire libre ni practicar el fornicio en las calles (aún, pero así como vamos...). Lo que no impidió a gentes como Diógenes el Cínico o su discípulo Crates el entregarse a la doctrina y predicar. Diógenes escribió toneladas de libros, pero no nos ha llegado ninguno, salvo un puñado de anécdotas por boca de otro, que en este caso es el no siempre confiable Diógenes Laercio. Pero Crates tuvo a su vez un discípulo llamado Zenón de Citio, que enseñó que se podía vivir con desapego de la vida sin abandonar las convenciones mundanas, y el cinismo como escuela filosófica pasó de moda, para dar paso al nuevo invento de Zenón que era el Estoicismo. Pero eso es otra historia.

domingo, 20 de noviembre de 2011

La Abadía de Westminster y la Segunda Guerra Mundial.


La Abadía de Westminster es prácticamente un símbolo nacional de Inglaterra. Y por supuesto que al entrar Inglaterra a la Segunda Guerra Mundial, la Abadía sufrió tanto peligro como todo el resto de la nación. Después de todo, era la primera guerra que Inglaterra afrontaba contra un enemigo provisto de abundante poder aeronáutico, y de hecho fue la primera vez que Inglaterra sufrió bombardeos aéreos en la mismísima isla.

El 3 de septiembre de 1940, se celebró un servicio religioso en la Abadía en conmemoración del primer aniversario de la declaración de guerra contra el Tercer Reich. En cada asiento se dejó una tarjeta informando a los asistentes que en caso de sonar las sirenas por ataque aéreo, éstos deberían retirarse (y esto es un detalle muy inglés) "con el apresuramiento más reverente posible". Las sirenas comenzaron a sonar justamente cuando llegaba el Primer Ministro, Winston Churchill, a la ceremonia, pero éste, luego de un breve y privado intercambio con el Deán, ordenó proseguir, y la ceremonia se realizó sin otros contratiempos.

De hecho, por alguna razón o acaso por pura suerte, la Abadía de Westminster se las arregló para sobrevivir lo más bien a la horrible blitz de aviones que sembraron el horror en el Londres de la guerra. Aunque la gente relacionada con la misma fue movilizada para la guerra, en el Cuerpo de Protección Antiaérea, haciendo guardia contra ataques aéreos y ayudando a paliar los efectos de las bombas incendiarias. Sin embargo, el 10 de Julio de 1941, una de las bombas sí consiguió hacer impacto. Y aún así, el ángel guardián de la Abadía trabajó horas extras. Alan Don, que fue Deán de Westminster entre 1946 y 1959 y en calidad de tal le tocó coronar a Isabel II, y que en 1941 era canónigo en el lugar, recordó: "A la mañana siguiente encontré todo anegado y un gran agujero en la techumbre. Fue el único día de la guerra en que los oficios matinales se suspendieron". En toda la guerra, una y nada más que una sola bomba le dio a la Abadía, y esta única ni siquiera explotó...

Con todo, por mucha importancia que tuviera, la Abadía tenía que competir con numerosos otros edificios en el Londres derruido. Las obras para la reparación definitiva comenzaron apenas en 1953, gracias a una campaña que consiguió reunir un millón de libras esterlinas. En ese mismo año, en la Abadía, fue coronada Isabel II, la actual reina de Inglaterra al momento de escribir estas líneas.

jueves, 17 de noviembre de 2011

Enterrados en la Abadía de Westminster.


Uno de los más grandes honores a que puede aspirar un inglés, es ser enterrado en la Abadía de Westminster. Se dice que en el Combate Naval del Cabo San Vicente, el almirante Horatio Nelson gritó que quería "¡la victoria o la Abadía de Westminster!" (traducido: vencedor o muerto con gloria). Los reyes de Inglaterra son enterrados allí, pero también aristócratas, así como artistas o personalidades que han prestado servicios a la Patria. Entre la gente enterrada allí están el explorador africano David Livingstone, los científicos Isaac Newton y Charles Darwin... y por supuesto que existen anécdotas relacionadas con el tema.

Los escritores tienen su propio rincón, aunque sea un poco de chiripa. En el siglo XIV, Geoffrey Chaucer fue enterrado en la Abadía de Westminster. Pero no pesó para ello el haber escrito los "Cuentos de Canterbury", sino el haber sido maestro de obras en la Abadía en ese entonces aún en construcción (reconstrucción, técnicamente). Su tumba fue objeto de una ampliación en el siglo XVI, a tiempo para que a su lado fuera enterrado Edmund Spenser, poeta importante en ese tiempo por chuparle las patitas a la reina Isabel con su poema épico "La reina de las hadas", cuyo título lo dice todo al respecto. Lo que inició la tradición del llamado "Rincón de los Poetas" ("Poet's Corner"), en donde están enterrados Samuel Johnson, Charles Dickens, Rudyard Kipling, etcétera. Aunque no todas las grandes estrellas de la literatura inglesa están aquí, partiendo por Lord Byron (cuya vida escandalosa sólo le valió un reconocimiento en... ¡1969!), o William Shakespeare (enterrado en otra parte, y que se ganó un memorial sólo en 1740). Y también hay alguno que poco tiene que ver con la poesía o la literatura en general... incluyendo al músico, y alemán por añadidura, Georg Friedrich Häendel (aunque todo sea dicho, la mejor parte de su carrera la desarrolló en Inglaterra). Y eso que los músicos tienen el Ala de los Músicos ("Musicians' Aisle") para ellos.

La tumba de Ben Jonson despierta interés por su pequeño tamaño. Se dice que en vida, Jonson le pidió al rey Carlos I (1603-1625), la merced de "18 pulgadas cuadradas de tierra en la abadía de Westminster". Y se la concedieron. En el siglo XIX, al excavarse una tumba cercana, hubo ocasión de inspeccionar los restos de Ben Jonson, y entonces el encargado informó que había sido enterrado en posición vertical...

Y una sobre Winston Churchill. En vida, y probablemente como broma, dijo que no quería ser sepultado en la Abadía de Westminster porque no creía ser del agrado de sus compañeros. Al final, cuando falleció a la provecta edad de 91 años en 1965, Churchill terminó enterrado en un lugar diferente. Lo que no impidió que cerca de la Tumba del Soldado Desconocido en la Abadía de Westminster, en ese mismo 1965, la reina Isabel II descubriera una lápida conmemorativa que dice: "Recordad a Winston Churchill"...

Con todo, desde comienzos del siglo XX, las inhumaciones han sido reemplazadas por la incineración. Es el único medio por el cual se ha podido seguir enterrando gente en una Abadía que, por lo demás, ha obrado como cementerio durante siglos completos, y en donde por tanto la cuestión del espacio se ha tornado tan angustiosa o más que la muerte misma...

domingo, 13 de noviembre de 2011

Conciliación en la Abadía de Westminster.


La Abadía de Westminster suele ser considerada como un símbolo de conciliación en la historia de Inglaterra. En torno a ella hay algunos gestos simbólicos que reflejan lo mejor del carácter y la política del inglés. Incluso se dice que la Abadía, de la que por cierto nunca se ha encontrado el menor plano de construcción, es una mezcolanza de diversos estilos que, de alguna manera, han confluido en una misma edificación armónica. Sir Gilbert Scott, arquitecto de la época de la reina Victoria, dijo: "La Abadía es una idea francesa expresada en perfecto inglés"...

Algunas anécdotas pueden referir esto. Es sabido por ejemplo que la tumba de David Livingstone, el insigne explorador africano, está en el interior de la Abadía. La figura de Livingstone es polémica porque unos alaban su espíritu intrépido y su afán de incrementar los horizontes del conocimiento humano, geográfico en este caso, mientras que otros lo ven como un símbolo del imperialismo, por no hablar de su entusiasmo por propagar la fe cristiana entre los paganos salvajes. Pero esto no quita que durante la Descolonización, la Abadía de Westminster saludara amigablemente la independencia de las colonias británicas enarbolando al lado del pabellón inglés, la bandera de la nación recién independizada. Al independizarse Nigeria, Kenia y Malawi, la ceremonia comenzó con el himno tradicional inglés ("God Save the Queen"), para terminar con el himno nacional del país naciente.

Otro ejemplo es el de Isabel I (¡que la segunda no ha muerto al momento de escribir estas líneas, vamos!) y su hermanastra María Tudor. Ambas eran hijas de Enrique VIII, pero de diferentes esposas. Cuando María Tudor heredó el trono, no perdió mucho tiempo en mandar a Isabel a encerrar en la Torre de Londres. Como precaución. Además, María Tudor era católica, e Isabel era anglicana. Y sin embargo, las tumbas de ambas se encuentran dentro de la misma cripta dentro de la Abadía de Westminster, con la siguiente inscripción: "Compañeras ambas en el trono y en la tumba, aquí descansamos dos hermanas, en la esperanza de la Resurrección". En la misma capilla, por cierto, reposan también los restos de María Estuardo, prima de ambas... decapitada por orden de la mencionada Isabel.

Y para terminar, una que habla a las claras sobre el típico carácter conciliador inglés. En vida, Sidney Webb fue un prominente político e intelectual socialista, y ya se sabe que los socialistas y la Iglesia (Anglicana, en este caso) no suelen llevarse bien. Pero al fallecer en 1947, hubo presiones para enterrar a Webb en la Abadía, lo que no era de agrado de los encargados porque el hombre en vida no se había caracterizado por ser religioso. Pero la esposa de Webb, Beatrice, que había fallecido en 1943, sí que lo era. De manera que en atención a que el matrimonio había trabajado en estrecha colaboración en vida, bien podía considerarse que había espíritu cristiano en la obra de Sidney Webb por influjo de su esposa, de manera que la autorización fue finalmente concedida, y ambos fueron enterrados en la Abadía.

jueves, 10 de noviembre de 2011

Una Abadía y una lucha dinástica.


La historia de la invasión de Guillermo el Conquistador contra Inglaterra en 1066, está ligada de manera culebronesca a la Abadía de Westminster, uno de los más importantes símbolos religiosos y políticos ingleses. Aunque ya existía una edificación más temprana en el lugar, la Abadía misma debió esperar hasta el siglo XI. En dicho siglo un joven príncipe anglosajón llamado Eduardo estaba exiliado en Normandía, y había hecho votos de peregrinar a Roma si es que llegaba a obtener el trono de Inglaterra. O así dice la leyenda, al menos. Cuando lo obtuvo, decidió que cumplir el voto era algo un poco pesado, así es que manera muy comprensiva, y también conveniente para ambos, por qué no, la Iglesia autorizó el cambio de votos, y Eduardo se comprometió en vez de la peregrinación, a construir la Abadía de Westminster.

Este monarca se tiene bien ganado el sobrenombre de Eduardo el Confesor por el carácter piadoso que describe la anécdota, pero dejó un serio problema: parece que su escrupulosidad religiosa alcanzaba incluso al ámbito sexual, habiendo por tanto hecho votos de castidad. Esto quiere decir que cuando murió en 1066, no dejó descendencia, y por lo tanto, se abrió un período de guerra civil en Inglaterra. Por cierto, uno podría bien decir que Eduardo el Confesor resistió hasta ver a la Abadía de Westminster consagrada, y después se relajó y falleció en paz, porque murió en la primera semana de enero de 1066: la Abadía había sido consagrada el 28 de diciembre de 1065.

La Abadía de Westminster es conocida por ser aquélla en donde casi todos los monarcas ingleses han sido coronados, pero esto abre una duda: ¿quién fue el primer monarca allí coronado? El primer monarca en asumir el poder después de la consagración de la Abadía fue Haroldo, un anglosajón que era cuñado de Eduardo el Confesor (hermano de Edith, esposa del monarca, aunque como dijimos, el matrimonio no fue nunca consumado). Además, los nobles parecen haber ido a rendir pleitesía al recién coronado Haroldo a Westminster, por lo que si hay un lugar lógico en donde debió ser la coronación, es la Abadía recién consagrada. Pero no existen testimonios históricos sobre el tema, y por lo tanto, la cuestión es un misterio.

El caso es que Haroldo afrontó la invasión de otros dos pretendientes, uno de ellos danés y el otro nada menos que Guillermo el Conquistador de Normandía. A la larga, Haroldo fue vencido y muerto en la Batalla de Hastings. Guillermo el Conquistador se apoderó del trono, y se hizo entonces coronar como rey de Inglaterra en la Navidad de ese agitado 1066 que se había abierto con la muerte de Eduardo el Confesor (y a casi un año cabal de la consagración de la Abadía de Westminster). Ocurrió entonces una desafortunada anécdota. Resulta que después de la coronación, los súbditos anglosajones aclamaron en su idioma al monarca recién coronado (supongo que para ellos cualquier monarca era bueno, en tanto hubiera uno solo y no guerra civil). Los caballeros normandos, que hablaban francés, se pusieron nerviosos, y decidieron que era una rebelión, cargando entonces contra la masa, montados en sus caballos. En la ocasión, la Abadía recibió el primero de varios estropicios que iba a sufrir en su longeva historia: los belicosos caballeros quemaron los portones para poder cargar mejor. En adelante, y durante un par de siglos, normandos y anglosajones iban a estar destinados a no entenderse, aunque a la larga, de ahí iba a surgir el actual pueblo inglés... Interprétese esto como se quiera.

domingo, 6 de noviembre de 2011

Fabricando pianos y cazando cometas.


La historia de Kaoru Ikeya el cazador de cometas nacido en 1943, tiene algo de peregrina. El señor Ikeya, padre de Kaoru, era un vendedor de pescados, y deseaba que su hijo se dedicara a seguir sus pasos: pensaba que la Astronomía no era para la gente de condición humilde. Por su parte Kaoru, que vivía desde los seis años en una casa al lado de un lago, se subía al techo para escapar del alboroto de sus tres hermanas. En esas escapadas a las techumbres se había entusiasmado con el cielo, y había comenzado a revolver la biblioteca de su colegio buscando textos de Astronomía. Acabó aprendiendo los principios de física, en particular los de óptica, para construir su propio telescopio.

Las cosas empeoraron cuando la pescadería empezó a ir mal, y el padre ahogó las penas en sake. El que un padre desatienda a su familia es grave en cualquier cultura, pero en la japonesa posterior a la Segunda Guerra Mundial era peor, debido a que un padre que desatendiera sus obligaciones morales no sólo se deshonraba él, sino que también caía la mancha del deshonor sobre toda la familia. Su madre tuvo que emplearse como camarera de hotel, lo que en la época y lugar era una deshonra horrible: una madre y esposa lavando y cocinando para extraños en vez de para su familia. Kaoru Ikeya se obsesionó entonces con descubrir un cometa: tal cosa podría ayudar a borrar el estigma sobre su familia. Por mientras tanto, apenas culminó su enseñanza media, entró a trabajar en una fábrica de pianos, como operario no calificado y con el salario más bajo de la escala. Corría el año 1959.

Mientras tanto se las arregló para fabricarse su propio telescopio, puliendo su propio lente y consiguiéndose el resto de las piezas en tiendas de segunda mano. Empezó a buscar en el cielo... y nada sucedió. Le escribió a Minoru Honda, otro astrónomo aficionado que ya tenía unos cuantos cometas descubiertos a su haber, pidiéndole consejo. La respuesta no puede ser más japonesa: "Observar el cielo con el único propósito de descubrir un cometa es una labor inútil que exige muchísimo tiempo y muchísimo trabajo, pero observarlo por sí mismo, sin pensar en descubrimientos, podría traer suerte a un buscador de cometas".

El 31 de diciembre de 1962, la madre de Kaoru Ikeya, afligida porque su hijo ya había invertido 16 meses de noches escrutando los cielos, le pidió que descansara. Después de todo, gracias al trabajo de ambos, la familia había salido de deudas, y era hora de empezar el año con otro espíritu. Kaoru obedeció, pasó el Año Nuevo con su familia, y acompañó a su madre a un templo a rezar. A la noche siguiente, el 2 de enero de 1963, Kaoru subió al cielo, y descubrió lo que sin lugar a dudas era un cometa. Pero aún no podía estar seguro, de manera que a la mañana siguiente, envió un telegrama al Observatorio Astronómico de Tokio, dando los datos del mismo para confirmar si era un descubrimiento en verdad, o sólo un cometa ya catalogado. Poco después, revisada la información, era oficial: Kaoru Ikeya había descubierto el primer cometa del año 1963. El cometa de código 1963a pasó a ser llamado Cometa Ikeya en su honor.

El descubrimiento le significó a Kaoru el relacionarse con el resto de la comunidad de astrónomos del mundo. A pesar de ello, no hizo ningún alarde, y siguió trabajando en la fábrica de pianos, en donde nadie supo la nueva hasta que empezaron a aparecer periodistas buscando entrevistar al astrónomo aficionado. La fábrica entonces inició una colecta entre todos los trabajadores, para que Kaoru pudiera seguir sus observaciones celestes. Reunieron la bonita suma de 150 dólares, y le entregaron un diploma por su aplicación y espíritu de estudio. Nada mal para un joven catalogado antes en la fábrica como "constante, cumplidor, callado (...) No participa en los deportes o clubs de la compañía. Le falta ambición e iniciativa". Incluso aprovecharon la historia para hacer una película sobre la vida del chico. Cuando éste la vio, su único comentario fue: "¿Por qué no les basta con la verdad...?".

jueves, 3 de noviembre de 2011

No cree tener un alma.


Esta anécdota es de ésas que no he podido cotejar a ciencia cierta, pero la respuesta me pareció demasiado buena para dejarla escapar (si alguien puede confirmármela o refutármela, se agradecería). El involucrado en ella es Francis Wayland, que era a un tiempo educador universitario, pastor bautista y ensayista filosófico. El caso es que Francis Wayland daba clases y era rector de la Universidad de Brown, cargo este último en el cual estuvo entre 1827 y 1855.

Va un estudiante de filosofía, probablemente uno de esos horribles materialistas...

-- Doctor, no creo tener un alma.

-- Quizás no, muchacho. Usted lo sabrá mejor que nadie. Yo sí la tengo... Buenas tardes, señor mío.

Mencioné que el doctor Wayland era bautista, ¿cierto...?

domingo, 30 de octubre de 2011

Los juegos de Indira Gandhi.


El mundo entero miró con atención a la India el año 1966, fecha en que asumió el poder Indira Gandhi. Si cuatro décadas después la elección de Michelle Bachelet en Chile, o la que pudo haber sido elección de Hillary Clinton en Estados Unidos, todavía son tópicos por el tema de "si la nación está preparada para ser gobernada por una mujer", la India no se hizo problemas por ello. El día de la elección, cuando se hizo el anuncio en el exterior, la multitud preguntó jocosamente si "era niño o era niña"... (el otro candidato era varón). Pero de todas maneras, en un Parlamento de aproximadamente 500 miembros en la época, 59 de ellos eran mujeres. El grave error de los oponentes políticos había sido subestimar a Indira Gandhi. Rammanohar Lohia, virulento oponente contra Jawaharlal Nehru (padre de Indira), la llamaba "Gungi Gudiya" ("Muñeca Tonta"). Craso error.

Deberían haberle prestado más atención a la biografía de su oponente, porque los juegos infantiles de Indira Gandhi eran un tanto atípicos. Después de todo, ella era hija de uno de los más connotados líderes independentistas de la India, y por lo tanto, su padre se la pasaba más tiempo en la cárcel que con su familia. (Valga recordar que Indira Gandhi no tiene parentesco con Mahatma Gandhi, y la coincidencia de apellidos es sólo eso, coincidencia).

De esta manera, Indira Gandhi declaró después: "No recuerdo haber jugado con otros niños. Mi diversión favorita consistía en trepar sobre una mesa y endilgar tremendos discursos políticos a la servidumbre de la casa, congregada en torno mío"... Jugaba con muñecas, sí, pero lo que hacía era enviarlas a protestar en manifestaciones, punto en que aparecían otras muñecas que se llevaban a los manifestantes a la cárcel...

Por cierto, quizás valga la pena recordar que después Indira Gandhi sería enormemente cuestionada por mantener políticas de autoritarismo extremo, incluyendo dos años de estado de sitio entre 1975 y 1977. Y cuando reprimió manu militari a una sublevación de los sijs, terminó siendo asesinada a balazos en 1984 por dos de sus propios guardaespaldas, que profesaban esa religión... Y dejaré la evaluación de si fue o no una buena estadista, a la discreción de los lectores que averigüen más sobre ella.

jueves, 27 de octubre de 2011

¡Multimillonario armenio a la política británica!


Nubar Gulbenkian fue un multimillonario armenio nacido en 1896 y fallecido en 1972. Es cierto que parte de su fortuna le vino por herencia paterna, pero él mismo se encargó con algunos afortunados tratos comerciales de incrementar ese dinero. El ámbito de Gulbenkian era, quizás de manera nada sorprendente para alguien procedente del Medio Oriente, el petróleo. A pesar de ser armenio, se educó principalmente en Inglaterra, y se consideraba a sí mismo de esa nacionalidad. Andando el tiempo, se destacó por su vida social y sus tendencias de playboy, las que financiaba con su fortuna personal. En una ocasión, con la clásica diplomacia británica del "podría ser en serio o una broma", el político inglés Edward Keeling le planteó:

-- Gulbenkian, debería usted dedicarse a la política.

-- Pero, si no soy inglés.

-- Eso no importa. Lo haremos ciudadano británico. Pero tendrá que modificar su nombre. Será mejor que primero se llame Gullybanks y luego Gumbley.

-- ¿Por qué demonios tendría que cambiarme dos veces el nombre? En tal caso, ¿por qué no llamarme Gumbley de una vez?

-- Porque entonces la gente querría saber cuál era su apellido antes de llamarse Gumbley. Si no empieza por ponerse el nombre de Gullybanks, tendrá que decir que se llamaba Gulbenkian, y en ese caso todos sabrán que usted es extranjero.

Gulbenkian terminó por no dedicarse jamás a la política.

domingo, 23 de octubre de 2011

Cuando Beirut fue centro mundial del Derecho.


Sí. Ese Beirut. La capital de ese pequeño estado del Medio Oriente llamado el Líbano. No es la ciudad más importante del mundo, ni siquiera la más importante de su región, más allá de ser la capital del Líbano, que tampoco es el país más importante de su área (honor que quizás les corresponda a Siria e Israel, y si ampliamos la perspectiva geográfica, Egipto e Irán entran en la lista). Por eso puede sorprender que Beirut durante más de un cuarto de milenio, fue uno de los centros jurídicos más importantes del planeta. Su área de influencia abarcaba a todo el Imperio Romano... que era a su vez una de las áreas más civilizadas del planeta, junto con la India, China y Mesoamérica. Da cierto vértigo pensar en ello.

El caso es que Beirut llegó a ser uno de los grandes centros jurídicos de todos los tiempos un poco por suerte. Beirut mismo existe desde la época cananea, anterior a los hebreos, pero había sido saqueada y destruida en una de la interminable seguidilla de guerras entre el Imperio Seléucida (que comprendía las actuales Siria e Irak), y el Egipto de los Tolomeos. Aunque no fue tan arrasada que desapareciera de la faz de la Tierra, sí se había hecho atractiva la idea de fundar allí una colonia romana. De manera que como parte de su política de pacificación del Imperio Romano después del cruento siglo de guerras civiles, el Emperador Augusto fundó una colonia en Beritos (Beirut), en el año 15 antes de Cristo, instalando a contingentes de veteranos de guerra en la región. No es raro entonces que Beirut se haya vuelto la más importante punta de lanza de la romanización en la región.

A la larga, esto llevó a que los romanos adoptaran la costumbre de depositar copias de las leyes imperiales en Beirut (en esa época las copias no abundaban como ahora en que basta descargarse un PDF desde internet, sino que debían ser laboriosamente redactadas por esclavos copistas). Resulta lógico que, estando las leyes a disposición en Beirut, los estudiosos de las mismas en la región acudieran allí. Hacia el año 200 se había implementado ya un curso de cinco años de duración, para formación de juristas de tiempo completo. Si examinamos la Ley de Citas del año 426, en que se le concede la autoridad jurídica a cinco de los más grandes juristas de toda la historia del Derecho Romano... ¡sorpresa! ...dos de ellos, a saber Papiniano y Ulpiano, pasaron por las aulas de Beirut (y un tercero, Paulo, se duda sobre si venía de Siria o de Italia... y si fuera el caso de venir de Siria, es altamente probable que fuera el tercero egresado de las clases de Beirut).

El más grande triunfo de Beirut sobrevino en el siglo VI, cuando el Emperador bizantino Justiniano ordenó codificar el Derecho Romano hacia el año 530. Como parte de su obra, Justiniano reconoció sólo tres escuelas de Derecho en la que los futuros jurisprudentes podían formarse: Roma, Constantinopla, o Beirut. Parecía que el futuro sonreiría a Beirut como escuela de Derecho... pero la fatalidad se cebó en la ciudad. Un terremoto arrasó la escuela hasta los cimientos en el año 551, apenas dos décadas después de que Justiniano hubiera presentado su gran labor de codificación (y estando todavía en el gobierno bizantino). Los estudiantes fueron transplantados a Sidón, pero con la escuela destruida, es poco probable que sus archivos sobrevivieran, y sin ellos, la principal fuente de inspiración jurídica había desaparecido. No es raro entonces que esta importantísima escuela jurídica, que desde el Medio Oriente a través de sus alumnos más aventajados llegó a dictarles las leyes a todo el Imperio Romano y a todo el temprano Imperio Bizantino, acabara por languidecer y finalmente desaparecer sin dejar mayor rastro.

jueves, 20 de octubre de 2011

El Moisés de Creta.


Cada cierto tiempo sale por aquí y por allá algún sonado que se cree conducto de Dios, Jehová, Alá, etcétera, para fracasar miserablemente. Por alguna razón, los mesías hebreos y cristianos quedaron confinados durante la mayor parte del Imperio Romano al área de Palestina o Siria, pero más tarde o más temprano, el fenómeno de los mesías medio fallados de la cabeza tenía que internacionalizarse. El primero de ellos, al menos hasta donde tenemos registro, es el llamado Moisés de Creta.

En realidad no sabemos mucho sobre Moisés de Creta, ni siquiera su nombre verdadero, salvo por los pocos antecedentes que nos deja un historiador llamado Sócrates de Constantinopla o Sócrates Eclesiástico, que escribió sobre él a la pasada en su libro "Historia de la Iglesia" ("Historia Ecclesiastica"). Los judíos de Creta habían vivido con relativa tranquilidad, aislados en su islita, pero en el siglo V hubo una serie de conversiones en masa al Cristianismo.

Fue en ese entorno y entre esos judíos que surgió entonces nuestro héroe, quien aseguró con toda la flema del mundo que era la reencarnación de Moisés. Así como el Moisés histórico llevó al Pueblo Elegido a la Tierra Santa abriendo las aguas del Mar Rojo, el Moisés de Creta haría lo mismo con las aguas del Mar Mediterráneo. Muchos judíos fueron así convocados para el gran momento, en un gran promontorio que se abría a cierta altura sobre el mar.

El problema es que una vez en el momento decisivo, las porfiadas aguas del Mar Mediterráneo se obstinaron en no obedecer el mandamiento del Moisés de Creta. Por lo que éste, lleno de fe en su propia misión, le ordenó a los judíos que saltaran. Los primeros en la fila obedecieron, y las aguas siguieron sin abrirse: los pobres desgraciados acabaron estrellándose contra las rocas al pie del acantilado. Los judíos de más atrás resolvieron entonces que quizás el Moisés de Creta no era tan milagroso después de todo, y se dispusieron a agarrarlo. Pero dice Sócrates Eclesiástico que no pudieron cogerlo porque había desaparecido. ¿Se fugó a tiempo y desapareció de la escena? O de manera más interesante... ¿se creyó tanto su propio cuento que él mismo saltó a ser pasto de gaviotas...? El piadoso historiador constantinopolitano nos ofrece su propia teoría: en realidad el Moisés de Creta era alguna clase de agente del Maligno, que había puesto empeños en aniquilar a los judíos de la isla...

domingo, 16 de octubre de 2011

Los francos regresan a casa.


Quienes se adentran en la larguísima historia del Imperio Romano, se encuentran en ella con ese gran agujero sociopolítico que es la crisis del siglo III (usualmente datada entre 235 y 284), cuyo nadir fue alcanzado entre la muerte del Emperador Decio en 251 y la victoria del Emperador Aureliano sobre Zenobia en 273. Sin embargo, aunque Aureliano fue llamado "Restitutor Orbis" ("Restaurador del Mundo") debido a sus esfuerzos por normalizar al Imperio, sus sucesores debieron habérselas tanto con invasores germánicos por un lado, como con aspirantes internos al trono que en más de alguna ocasión tuvieron éxito en eso de querer derrocar al mandamás para ser Emperador en lugar del Emperador. Uno de ellos ya apareció hace media década en los inicios de Siglos Curiosos (ver "Gracias a Tácito por Tácito"). La siguiente historia que rescatamos para Siglos Curiosos tiene que ver con otro de estos sucesores, un tal Probo, que gobernó entre 276 y 282, y una banda de bárbaros francos que se las arregló para hacerle la vida a cuadritos, como era la costumbre en esos años.

Probo tuvo que ganar primero y defender después su imperio contra una larga serie de pretendientes, y en medio de esta guerra civil (que ganó), los francos intentaron forzar el Rin e invadir la Galia. Ayudado por una hambruna providencial en el campo enemigo, Probo los consiguió batir. Como parte de su política de victoria dispersó a los invasores, matando a sus cabecillas, relegando a sus huestes a Britania, y ordenando el reclutamiento de cuotas fijas de guerreros francos como auxiliares de sus propias tropas, cuidando por supuesto de no dejar acantonados en un mismo lugar a tantos francos en un batallón que pudieran organizarse y rebelarse. O la idea era ésa, al menos.

Porque resulta que uno de esos cantones le dio a Probo un enorme dolor de cabeza. Una de esas tropas francas había sido llevada desde Germania hasta las riberas del río Fasis, en el antiguo territorio de la Cólquide, en la orilla oriental del Mar Negro (hoy en día se llama río Rioni, y está en el territorio de la actual república de Georgia: háganse con un mapa, y entenderán de qué les hablo). Resulta que estos francos consiguieron echar mano a una flota. Para los que están habituados a ver a los guerreros germánicos como fuerza de tierra puede ser chocante pensarlos enrolados como marinos, pero eso fue lo que sucedió: se apoderaron de una flota, y discurrieron el plan de regresar contorneando TODO el Mar Negro, el Mar Mediterráneo y la costa atlántica para volver a su hogar.

Lo asombroso es que lo hicieron. Pillaron las costas griegas a placer, y alcanzaron después Italia. Con su fina ironía británica, el historiador Edward Gibbon escribe: "La opulenta ciudad de Siracusa, ante cuyas puertas las escuadras de Atenas y Cartago antaño habían sido hundidas, fue saqueada por un puñado de bárbaros, quienes masacraron a la mayor parte de sus temblorosos habitantes" (traducción libre por parte del General Gato). Luego trataron de emprenderlas contra Cartago, pero fracasaron ante la resistencia de sus habitantes, sin por su parte haber sufrido grandes perdidas. Luego siguieron a España, cruzaron las Columnas de Hércules (el Estrecho de Gibraltar), subieron por la costa de Galicia y la de la Galia... y a falta de mayores noticias, se supone que desembarcaron con éxito en algún punto de las costas de Batavia o de Frisia. Sólo nos queda suponer la rabia y la frustración del buen Probo ante semejante expedición que ante sus propias narices cruzó todo sus dominios marítimos de punta a cabo y por lo más largo de ellos, sin poder evitarlo... Por cierto, como era la costumbre en esos años, el pobre Probo acabó muy mal: fue asesinado, y un tal Caro llegó a reinar en su lugar.

jueves, 13 de octubre de 2011

El triste destino de las momias de los incas.


Las culturas andinas anteriores a los españoles conocían y practicaban la momificación. Y como no podía ser menos, los cuerpos de los reyes incas muertos también eran momificados. Después de todo, el Inca era Hijo del Sol, y por lo tanto, no sólo un hombre sino un semidiós. La consabida arquitectura religiosa que levantan los sacerdotes para fabricarse ídolos de los cuales ser guardianes y entronizarse sobre la población pagana, hizo el resto. Los sacerdotes llegaban incluso a emplazar la momia de un inca fallecido en un sitio en donde pudiera ser consultado como un oráculo, cuya respuesta por supuesto era proporcionada por estos mismos sacerdotes. En el sistema político incaico, los descendientes de cada inca conformaban una panaca (salvo el inca sucesor mismo, cuyos hijos a su vez formarían una panaca aparte), y esta especie de clanes tenían presencia muy activa en la política cortesana.

Por supuesto que con la llegada de los españoles, todo esto cambió. Algunos sirvientes tomaron las momias de sus patronos incas, a quienes seguían considerando vivos... de alguna manera... y se los llevaron a algún escondrijo en la ciudad de Cuzco. En su escondite, dichas momias continuaban siendo veneradas y reverenciadas como los verdaderos señores del Imperio Inca, confirmando así que consideraban a los españoles no sólo como invasores, sino también como usurpadores.

Fuera por falta de capacidad o de interés en cazar a estas momias, y considerando que a la caída del Imperio Inca sobrevinieron casi dos décadas de guerra civil entre los propios españoles, las momias siguieron seguras en su escondite, hasta la llegada de Juan Polo de Ondegardo. Este personaje fue nombrado corregidor de Cuzco, y puso empeño especial en cazar las momias, lo que consiguió finalmente en 1559. 11 momias y varias reinas emprendieron entonces el viaje a Lima, en donde los españoles habían edificado su capital (y que, huelga decirlo, sigue siendo la capital del Perú). Los restos mortales de Huayna Cápac, Pachacútec, y otros grandes incas que supuestamente desafiaban a la inmortalidad con su momificación, fueron reducidos al estatus de mera curiosidad, exhibidos en el Hospital de San Andrés en Lima, para morbo y deleite de los pacientes que se atendían ahí, los cuales, quizás sobra decirlo, eran todos europeos (no indígenas, claro está). Eso duró hasta que el clima marino y salobre de Lima corrompió a las momias, por lo que las autoridades españolas decidieron al fin darles sepultura, en Lima eso sí, para que no se transformaran en fetiches nacionalistas por parte de los indígenas.

En el año 2001, una expedición arqueológica guiada por Brian Bauer, Teodoro Hampe Martínez y Antonio Coello Rodríguez, intentó dar con el paradero de las momias. Armados con la más novísima tecnología, incluyendo un radar de penetración terrestre, investigaron el edificio del Hospital San Andrés, que en el intertanto de los siglos funcionaba ahora como escuela para niñas. Encontraron una cripta subterránea abovedada, y con esto el corazón les dio un vuelco. Pero a esta felicidad, siguió la desilusión: la cripta estaba vacía. ¿En dónde están las momias de los grandes monarcas incas? ¿Fueron movidas por los trabajadores que remodelaron el edificio? ¿O acaso fueron enterradas desde el comienzo en otra parte? La respuesta, a una década de la investigación de Bauer, Hampe y Coello, sigue siendo el más profundo y amargo de los misterios.

domingo, 9 de octubre de 2011

¿Por qué las enanas blancas no colapsan?


La ciencia es una actividad noble y egregia porque nos permite comprender el universo y amar más la existencia, pero los científicos mismos no siempre son nobles ni egregios. Aunque eso es una mala noticia para el público en general, para Siglos Curiosos no podría ser mejor porque proporciona más anécdotas que explotar. Una de ellas se refiere al choque de trenes entre Arthur Eddington y Subrahmanyan Chandrasekhar. Subrahmanyan Chandrasekhar (rayos, tener que escribir este nombre más de una vez...) era un astrofísico de la India, nacido en 1910, o sea, cuando todavía ésta era parte del Imperio Británico. En su familia existía un nombre ilustre en la generación anterior: la de su tío C. V. Raman (sí, C. es por "Chandrasekhar"...), quien obtuvo el Premio Nobel de Física en 1930. Subrahmanyan Chandrasekhar trabajó en la Universidad de Cambridge para Ralph H. Fowler, un investigador británico que había hecho algunos interesantes descubrimientos sobre la estructura y mecánica interna de las enanas blancas. Hacia mediados del siglo XIX se había predicho, vía cálculos gravitacionales, que ciertas estrellas de movimiento o brillo irregular podrían tener compañeros que por alguna razón no podrían ser vistos. Pero no fue sino hasta la década de 1910 que algunos de esos compañeros empezaron a aparecer, y entonces las enanas blancas recibieron carta de ciudadanía en el mundo astronómico.

Lo que no cuadraba en los cálculos de nadie, es que las enanas blancas debían ser pequeñas y superpesadas, y por lo tanto, deberían colapsar sobre sí mismas por el peso de su propia gravedad. En fecha muy reciente, en 1929, George Gamow había propuesto la teoría de que las estrellas se encendían gracias a la fusión del hidrógeno en su interior: esta teoría permitía explicar cómo era posible que no se hundieran sobre sí mismas bajo el peso de su propia gravedad. Pero las enanas blancas no mostraban signos de actividad nuclear. El mencionado Ralph H. Fowler pensaba que dentro de las enanas blancas era posible que hubiera una nueva clase o tipo de materia, y eso explicara cómo se las arreglan para no colapsar por el peso de la gravedad. Pero esto generaba un conjunto de incógnitas, ya que se necesitaban nuevas ecuaciones que permitieran explicar cómo funcionaba esto a nivel atómico. Si no se resolvía ese cabo suelto, entonces quizás la teoría entera de la fusión nuclear como combustible de las estrellas fuera errónea. Fue Chandrasekhar quien desarrolló las matemáticas necesarias y por lo tanto iluminó el problema, haciendo un valiosísimo aporte a la teoría de cómo funciona la mecánica estelar.

Mientras Chandrasekhar (van seis) desarrollaba sus ecuaciones, por supuesto que hizo vida social en Cambridge. Incluyendo relacionarse con Arthur Eddington, una de las luminarias de la época debido a haber hecho la primera comprobación experimental de que la Teoría de la Relatividad es válida (el famoso experimento por el cual comprobó si la gravedad del Sol desviaba la luz de las estrellas detrás del astro rey, durante el eclipse solar de 1919, lo que efectivamente sucede). Eso, además de una tonelada de aportes a la mecánica estelar. Eddington hizo muy buenas migas con Chandrasekhar, y le preguntó en varias ocasiones acerca de cómo iba a presentar los resultados de su teoría. Chandrasekhar no sospechó absolutamente nada. Incluso, para la conferencia que iba a pronunciar en 1935, se suponía que Eddington iba a hablar después y no antes, así es que... ¿qué idea se iba a robar? Y llegó la conferencia. Chandrasekhar expuso sus ideas largo y parejo. Y después habló Eddington. Para decir que todo lo anterior estaba errado, y llegó a utilizar el calificativo de "bufonada estelar". El británico de pura cepa hizo pasar al científico de la India una humillación tan grande, que éste decidió abandonar Inglaterra y radicarse en Estados Unidos, donde desarrolló el resto de su carrera.

Parte importante de que Eddington detestara la teoría de Chandrasekhar radicaba en el hecho de que éste predecía un límite para la masa estelar (hoy en día llamado "límite de Chandrasekhar" precisamente) por encima del cual el colapso gravitacional de la estrella apagada al final de su ciclo de vida estelar, arrastraría a toda la masa a hundirse sobre sí misma, y el resultado no sería una enana blanca sino... la nada, un punto de ruptura absoluta de las leyes naturales conocidas, algo que Eddington aparentemente no soportaba. En los hechos, las ecuaciones que develaban el límite de Chandrasekhar predecían nada menos que la formación de agujeros negros a partir de los cadáveres de estrellas. A la larga, Chandrasekhar tendría razón, y seguiría la senda de su tío obteniendo su propio Premio Nobel en 1983, casi medio siglo después de la humillación que le hiciera sufrir Eddington. Por una curiosa coincidencia histórica, lo compartió con un científico llamado William Alfred Fowler, del mismo apellido que su antiguo mentor, aunque esto en realidad no es más que un alcance de nombre... Y hablando de apellidos, tuve que escribir el del protagonista de este posteo nada menos que doce veces. Ténganme piedad...

jueves, 6 de octubre de 2011

Misteriosa muerte de un químico.


¿Propuso la Teoría de la Evolución? Charles Darwin. ¿Desarrolló la Teoría de la Relatividad? Albert Einstein. Son respuestas que vienen rápido a la mente, de manera prácticamente programadas, como un conocimiento compartido por todos los que saben. Y sin embargo, la investigación científica no funciona de manera tan cuadrada. Cada avance científico en realidad es la acumulación de varios experimentos y datos reunidos por racimos de científicos trabajando en red. A medida que la investigación se hizo más compleja en el siglo XX, hasta el punto que el científico trabajando de manera individual casi ha desaparecido en beneficio de grandes equipos que se llevan el Premio Nobel respectivo en conjunto, esta tarea de acreditación se hace casi imposible. Una de las víctimas de esto fue el pobre Gilbert N. Lewis, quizás uno de los más brillantes químicos del siglo XX... y que tuvo un desgraciado final que puede o no haber estado vinculado a un descubrimiento que nunca se le reconoció de manera adecuada.

Gilbert N. Lewis nació en 1875, y ya estaba en activo cuando se produjeron las enormes revoluciones conceptuales en torno a la investigación del átomo, por obra de la Mecánica Cuántica. Lewis desarrolló un concepto tan básico para la química como lo es el de "enlace covalente", un tipo de relación entre átomos en el cual un mismo electrón es compartido por dos de ellos en el seno de una molécula (este tipo de enlace se presenta, por ejemplo, en el átomo de oxígeno respecto de los dos átomos de hidrógeno alrededor suyo, al formar la molécula de agua: la molécula captura dos electrones, cada uno de los cuales es compartido por el átomo de oxígeno y uno de los átomos de hidrógeno). Pero sus aportes no se detuvieron ahí, y algunos en particular respecto a las superficies, llevaron a los trabajos de un colega llamado Irving Langmuir. En 1932, Irving Langmuir se llevó el Premio Nobel de Química por sus "descubrimientos e investigaciones en la química de superficies", según la expresión de la Real Academia Sueca de Ciencias. Esto, sin reconocer a Lewis, que a lo largo de su vida estuvo candidateado ¡35! veces al Premio Nobel de Química, sin haberlo obtenido nunca. El problema es añejo como el mundo: Gilbert N. Lewis era superior como químico... pero Irving Langmuir era más hábil en las relaciones públicas.

El caso es que el 23 de marzo de 1946, cuando Gilbert N. Lewis tenía 70 años, su cuerpo fue descubierto sin vida en su laboratorio. En la sala se encontró un frasco con cianuro de hidrógeno, un líquido incoloro y muy venenoso. Se asumió que las emanaciones de dicho frasco debieron haberlo matado. Se apuntó como causa de muerte un infarto, y se archivó el caso sin practicar una autopsia.

Pero las cosas se ponen mejor si uno considera que años después, aparecieron testigos afirmando que ese mismo día, Gilbert N. Lewis había almorzado con Irving Langmuir, y que de hecho había estado de un humor muy negro después de haber compartido con él. Para nadie era un misterio por supuesto que Gilbert N. Lewis e Irving Langmuir se detestaban por el asunto del Premio Nobel y del adecuado reconocimiento sobre las teorías del funcionamiento de las superficies a nivel atómico. Hay quien ha llegado incluso a sugerir la fea palabra "asesinato". Y no se descarta que a las últimas, el asunto haya sido no un accidente ni un asesinato, sino un simple suicidio. Simple y triste también, en particular debido a la víctima y sus circunstancias.

domingo, 2 de octubre de 2011

¡Carl Sagan arrestado!


Para una generación completa, Carl Sagan es sinónimo de ciencia. Este desarrolló una extensa labor como astrónomo, y estuvo vinculado a los programas espaciales Viking y Voyager. Entre otras cosas, Sagan contribuyó a redactar el mensaje enviado a los potenciales extraterrestres que pudieran encontrarlo a bordo de las sondas Voyager. Pero su labor más recordada es la mítica serie televisiva "Cosmos", que en trece episodios en 1980, acercó la astronomía, la búsqueda de vida extraterrestre y la investigación espacial al público como nunca antes se había intentado.

Con todo, no se piense que Carl Sagan fuera una persona contemplativa. Por el contrario, fue un activista convencido de que algo debíamos hacer como raza humana frente al peligro de aniquilación inminente. En la llamada Ecuación Drake, que Sagan analiza, uno de los factores para encontrar vida extraterrestre es qué tan larga sea su existencia como civilización tecnológica: si la mayoría se autodestruye a menos de un siglo de haber descubierto la energía nuclear, entonces es altamente probable que el ser humano esté solitario en el cosmos, porque sería casi milagroso que nuestra "ventana cronológica de un siglo" coincidiera en el tiempo con la "ventana cronológica de un siglo" de alguna civilización alienígena. Naturalmente, no deseaba que eso le pudiera suceder a la Humanidad, y de ahí que fue un ferviente abogado en contra de la proliferación de armas nucleares durante la Guerra Fría.

Luego de que el Presidente Ronald Reagan rechazara un pacto para disminuir las pruebas nucleares, en conjunto con la Unión Soviética, el movimiento antinuclear en Estados Unidos recrudeció. El 6 de febrero de 1987, junto con una enorme cantidad de manifestantes, Sagan protestó junto con otras 2000 personas contra las pruebas nucleares en el desierto de Nevada. Frente al sitio de pruebas nucleares, Carl Sagan se transformó en héroe de acción, y trató de saltar la cerca... dos veces. Acabó entre las 438 personas arrestadas en la ocasión, junto a los actores Martin Sheen, Kris Kristofferson y Robert Blake.

Media década después de la muerte de Carl Sagan, su viuda Ann Druyan dijo que Sagan "rechazó tres invitaciones para cenar con Reagan en la Casa Blanca y sostuvo una gran campaña contra las armas de destrucción masiva; para él eran una perversión de la ciencia".

jueves, 29 de septiembre de 2011

El Loco Eustaquio versus el Loco Eustaquio.


Una de las personalidades más coloridas de Quillota es probablemente el Loco Eustaquio, un personaje que merodeó la ciudad chilena a mediados del siglo XIX. En esa época Quillota no era todavía una ciudad extendida hacia La Calera y Nogales como en la actualidad, sino casi un caserío cuya importancia devenía de centralizar la actividad comercial en torno a la agricultura del Valle de Aconcagua, río que cruza la ciudad. En ese tiempo, para viajar entre Santiago y Valparaíso era prácticamente obligatorio pasar por Quillota, y cuando se inauguró la línea férrea que conectaba ambas ciudades, el derrotero pasaba por la ciudad.

Pero volviendo al Loco Eustaquio que en este posteo nos ocupa. Este es mencionado por el periodista Benjamín Vicuña Mackenna en su libro "De Valparaíso a Santiago", de 1877 (así lo cita el investigador don Augusto Poblete Solar). Según refiere, dicho loco se aposentó en una de las bocaminas abandonadas del Cerro Mayaca (en cuyo lugar, dicho sea de paso, los incas edificaron un pucará), bocamina que aparentemente daba a un faldeo que caía hacia el río Aconcagua. Dice Vicuña Mackenna: "Habiendo muerto de calentura (tisis) un clérigo Cuestas, arrojaron sus hábitos en el cerro de la Moyaca (sic) y el loco Eustaquio pasó muchos años vestido con ellos". El fin de este pobre individuo fue triste: "Le arrastró con su lazo un huaso brutal, en una chanza de ebrio, de lo cual murió".

Sólo que no murió. En la literatura, al menos. Porque el intelectual y político chileno Zorobabel Rodríguez, quillotano él, escribió una novela titulada nada menos que "La cueva del Loco Eustaquio". En esta obra costumbrista acerca de la vida en la Quillota del siglo XIX, el autor se inventa toda una historieta romántica para darle relleno a su personaje, hasta hacerlo quizás casi irreconocible respecto del original. El personaje, siempre dentro de la ficción, cuando estaba cuerdo era requerido de amores por dos damas, una de las cuales (una "celosa harpía") le metió una bala a la otra a orillas del Aconcagua, perdiendo de ello el pobre hombre la razón. La ficción también le cambió el final: acaba ahogado en el río...

domingo, 25 de septiembre de 2011

El misterio del Gran Pecador.


Hay que tenerlos de un tamaño respetable y cuadrado para, en pleno tiempo del Imperio Español y la Santa Inquisición, hacerse llamar el Gran Pecador. Pero el caso es que en la Colonia de Chile rondó un personaje de tales características. Al menos, basándose en documentos de la época, es lo que nos quieren referir los historiadores decimonónicos don Diego Barros Arana y don Claudio Gay.

La anécdota se produjo en la primera década del siglo XVII. Resulta que en 1601 apareció un misterioso personaje que regresó a España en 1603, acompañando a una expedición militar. Según refiere don Diego Barros Arana, "vestía traje de ermitaño, recorría las ciudades ejercitando actos de caridad, pero manteniéndose al corriente de cuanto pasaba, y sólo era conocido con los nombres de hermano Bernardo, de Bernardo pecador o de «el gran pecador»". Lo dicho, hay que tenerlos de acero para hacerse llamar "el gran pecador" de esa manera, y no levantar suspicacias por parte de la Inquisición. Por cierto, cuando regresó a España en 1603, el gobernador Alonso de Ribera ordenó su arresto y la confiscación de toda su correspondencia, informes y documentación, temeroso de que este extraño personaje intrigada para separarlo de la Gobernación (que efectivamente perdería en 1605, por lo demás).

Una de las teorías barajadas sobre este personaje, es que sería realmente un agente de la Corona Española espiando y enviando informes de primera mano a la Corte. No en balde, en esos años la Guerra de Arauco había recrudecido lo suyo luego del Desastre de Curalaba en 1598 y la gran sublevación de 1602, y el cabildo pasaba apuros implorando a la Corona que aumentara los recursos para pagarle a las huestes afincadas en el sur para defender a dichas tierras de los ataques mapuches. Dentro de ese contexto, tiene sentido que la Corona pidiera informaciones por parte de un agente externo, lejos de los cauces oficiales. La propia documentación de la época parece apoyar esta teoría. No en balde, el Cabildo de Santiago lo nombró como representante ante el Rey, con estas significativas palabras: "A este reino llegó hará tiempo de cuatro años un ermitaño que ya Vuestra Majestad ha visto, que es el que ésta lleva. Institúlase «el gran pecador». Su vida ha parecido a todos muy buena y de grande ejemplo, porque el tiempo que aquí estuvo, se ejercitó en obras de gran virtud, yendo en persona a las ciudades de arriba y trajo servicio (sirvientes domésticos) para el hospital de esta ciudad de indios de guerra, y llevando limosnas a hombres y mujeres necesitadas, que padecían muchos trabajos, y por su persona en el hospital a los enfermos con gran humildad y otros muchos ejercicios. El cual, viendo los trabajos y miserias del reino, informó a Vuestra Majestad de ellas, y ha vuelto a dar razón de lo que hizo con el socorro de los mil hombres que trajo el gobernador Antonio de Mosquera; y ahora nos ha parecido volviese a darla del estado de esta tierra, e informar lo que será necesario para ella, a quien hemos dado poder para que en nuestro nombre lo pida; porque como esta ciudad no tiene posibles para pagar una persona que vaya a los pies de Vuestra Majestad a decirlo, le hemos pedido lo haga por vía de caridad, por lo cual lo hace. Suplicamos a Vuestra Majestad se le dé crédito en lo que informase, porque como celoso de vuestro real servicio y tan buen cristiano, dirá verdad"...

El Gran Pecador regresó a Chile en 1607, trayendo consigo alguna correspondencia oficial desde España al territorio. Además, visitó personalmente la zona de guerra en Arauco. En marzo de 1608 partió una vez más a España, y ésta vez sí que su rastro desaparece para siempre, porque no vuelven a aparecer menciones al respecto suyo en la documentación posterior.

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